"Mi primera referencia era crear un 'Corto Maltés vasco'"
EspecialesFermin Muguruza

"Mi primera referencia era crear un 'Corto Maltés vasco'"

Alan Queipo — 01-10-2018

Cuatro años después de que viera la luz la versión de Black Is Beltza en formato cómic, Fermín Muguruza tira del hilo de un hecho histórico (el desfile en la Quinta Avenida neoyorquina al que fue invitada la Comparsa de Gigantes de Pamplona, a la que se prohibió que desfilasen los “gigantes negros”) para narrar en formato de cine de animación una historia de activismo político, persecución, música, lisergia, revolución y amor.

Esta historia cobra vida ahora en el Ítaca del proyecto: una película de animación (la primera que dirige Muguruza tras explorar el cine documental durante más de diez años) que cuenta con una BSO de excepción (Manu Chao, Ceci Bastida, Rosalía, Iseo, Ana Tijoux…), unas voces cómplices especialmente reconocibles doblando a los personajes (Unax Ugalde, Willy Toledo, Óscar Jaenada, María de Medeiros, Sergi López, Rossy de Palma, Emma Suárez…) y una fecha en el horizonte: el 5 de octubre. Hablamos con Fermín de los temas que también trata el film: política, revolución, música, compromiso y amor.


Da la sensación de que Manex Unanue tuvo mil vidas, que ha vivido todo lo que se podía vivir en los 60. Tengo entendido que hay partes reales en ese personaje, pero, ¿hasta qué punto es realidad o es ficción?
La verdad es que, partiendo de hechos históricos, lo que hago es inventarme este personaje y todo lo que le ocurre a él es ficcionado; pero hay otra gente que ha vivido las cosas que vive Manex: su personaje es la suma de muchas vivencias, tanto mías como de gente cercana. Yo me he servido mucho de toda mi experiencia personal, de todos los relatos que me han ido contando: soy un gran escuchador y un gran fan de toda la experiencia del realismo mágico latinoamericano, y cada vez que ido a Latinoamérica he pasado noches y noches escuchando historias que, luego, me apasiona poder contar (al fin y al cabo, soy un contador de historias tanto musical como documentalmente).
Lo que hago es colocar en Manex cosas que también me pasaron a mí, pero acabo construyendo un personaje a base de historias de muchas personas cercanas a mi universo y mi experiencia. Pero también hay otros personajes y diálogos en la película que están basados en situaciones reales que he ido recogiendo y documentando a lo largo de los años para acabar construyéndolos.

¿Hasta qué punto Manex acaba siendo una extensión ficticia de tu universo?
Cuando se construye un personaje así uno también proyecta muchas cosas; y yo proyecto mucho de mí en Manex, como también proyecto mucho en Xebero, el amigo obrero y mecánico de Manex que decide volver al País Vasco en vez de quedarse en Nueva York como Manex. Incluso para construir a los personajes más rastreros intento meterme en ellos porque he conocido gente muy de cerca que es así de oscura o peor. Cuando creé a Manex mi primera referencia era crear un “Corto Maltés vasco”: alguien que es testigo de una época, pero que a la vez también se implica e interviene en esa historia de forma activa. La película acaba teniendo muchas tramas.
Si a alguien le gusta el cine de Quentin Tarantino, que también suele tener un componente político muy fuerte (como demostró en Django desencadenado o en Malditos bastardos, por ejemplo), tiene mucho de ese universo: Tarantino bebe de muchas referencias de las que yo bebo. Los dos tenemos la misma edad, y entiendo que hay un universo de referencias similares entre nosotros.

"Tarantino bebe de muchas referencias de las que yo bebo. Los dos tenemos la misma edad, y hay un universo de referencias similares entre nosotros"

Hay algo generacional con él, quizás.
Sí, yo creo que sí. Incluso no solo a la hora de armar historias, sino también en la música que él ha ido incluyendo en sus películas: se ha acercado a muchos referentes compartidos. La banda sonora de Kill Bill, por ejemplo, la hizo con RZA, que es uno de los líderes de Wu-Tang Clan y que ya había trabajado en la música de Ghost Dog de Jim Jarmusch; y yo, al venir del mundo de la música y ver la manera en la que las canciones que suenan acaban aportando incluso líneas argumentales, conecto instantáneamente con todo eso al venir del mundo de la música y reconocer tantas de las cosas que acaban formando parte de esas películas.

En la nota de prensa del disco, el periodista Eduardo Guillot dice que Black is Beltza es “una metáfora de tu propia obra: construida a base de temas interconectados, vínculos históricos y artísticos, complicidades personales y una actitud insobornable”. ¿Te gustaba, de una manera artística o metafórica, conectar tus inquietudes y tu personalidad con tu compromiso y tu perspectiva histórica?
Me gustó mucho lo que escribió Eduardo, es un gran conocedor de todo lo que voy haciendo: él es crítico de cine y de música, y ha seguido mi carrera desde que hice mis primeros documentales (el primero que hice en Jamaica y luego Checkpoint Rock, el falso documental de Zuloak, el que hice en Nueva Orleans, etc.), pero también me conoce muchísimo por mi obra musical… y todo lo que dice no era baladí, me conoce a la perfección e identifica las huellas que he ido dejando en muchos sitios. Y tiene razón: todo lo que hago es fruto del contexto en el que estoy viviendo, de lo que siento, y mis obras son un reflejo de ello.
No solo Manex es, de algún modo, una representación de parte de lo que soy: el resto de personajes también proyectan miradas que yo he sentido en algún momento. Me gusta darle esa personalidad tan íntima y real a cada personaje. Al final, esta es una película independiente, y me gusta mucho que diga que soy insobornable porque es así: aunque sea una película que ha contado con alguna ayuda de instituciones vascas, no hemos contado con apoyos del ICAA (el organismo que da ayudas a películas del estado español) ni de TVE, por mucho que haya habido un cambio de gobierno ahora.

Hay algo de esa “actitud insobornable” que se nota sobre todo en Manex: lo están persiguiendo durante toda la película. Lo persigue la CIA, la KGB, el Mosad… A ti no te han perseguido estos, creo, pero sí has sido perseguido políticamente muchos años por partidos políticos y gobiernos autonómicos.
(Ríe) El tema de los servicios secretos fue singular, pero claro, estamos hablando de los años 60. Una cosa que me decía María de Medeiros cuando vino a poner voz a uno de los personajes era que a ella le parecía que era muy interesante ver en la película algunos hechos históricos que no solo persisten, sino que han empeorado. Es cierto que Manex es muy perseguido, y por eso la película tiene un punto de cine de aventuras y acción, hay momentos que más que un “Corto Maltés vasco” parece Jason Bourne; y tiene algo de aquella canción de Eddy Grant que luego versionaron The Clash, la de Police On My Back, que decía que iban persiguiéndolos “el lunes, el martes, el miércoles…” y tiene esa cosa casi de rutina, a la que incluso yo en un momento también me había acostumbrado.
Esa idea que hablábamos antes, de ser “insobornable”, me apetecía plantearla desde el principio: yo la planteo desde el punto de partida en la película, con una censura no solo racial, sino también de prohibir que alguien baile por el color de la música. Los vascos en 1965, a partir de ese episodio en donde impiden que los gigantes negros de los pasacalles vascos participen de esa fiesta, ya no nos sentíamos solo víctimas del franquismo, sino también de esa discriminación racial que se estaba viviendo en los Estados Unidos.

Definiste la película como “una historia de persecución, amor y revolución”. De “persecución” ya hemos hablado, pero, ¿dirías que el protagonista es más revolucionario o más romántico?
Está claro que hay una injusticia que marca la historia desde el principio, que es la de esa discriminación racial: a mí me recuerda mucho a Diarios de motocicleta, cuando el Che Guevara, un médico con una vida bastante acomodada para la época, decide cambiar su vida cuando maltratan a la gente en Bolivia; y a partir de ahí surge la conciencia social. A Manex le ocurre lo mismo cuando ve que el gigante negro en el que él estaba metido y que él debía llevar en el pasacalle de Nueva York no lo dejan desfilar. Cuando llega allí él no comprende esa injusticia.
Sin embargo, el que considero que es el motor de esta historia es el amor: él se enamora de una mujer cubana, que además tiene una mentalidad muy abierta, muy conectada con la revolución sexual de los años 60. Él por amor acaba viajando a Cuba, y por amor también se inmiscuirá en esas misiones secretas que le encarga el Che Guevara. La idea de unir amor y revolución es algo intrínseco en mí, y toda mi carrera he cantado a eso; desde que en La línea del frente cantase eso de: “Te quiero, y quedamos en la barricada a las tres”.

"María de Medeiros me decía que era muy interesante ver en la película algunos hechos históricos que no solo persisten, sino que han empeorado"

Ya que traes el tema musical de nuevo, es cierto que, si bien no se puede considerar una película musical, sí que las canciones acaban narrando parte de la historia, como decías antes de las películas de Tarantino o Jarmusch. Sé que trabajaste con Refree la atmósfera musical, pero también hay nombres muy reconocibles: Manu Chao, Ana Tijoux, Iseo, Maika Makovski, Anari… ¿En base a qué elegiste a los artistas y las canciones?
Yo hasta ahora había trabajado en cine el documental musical; y es verdad, como tú dices, que no se puede decir que Black is Beltza sea una película musical, pero sí que, de alguna manera, la música aporta ingredientes argumentales a la película, no solo por el ritmo narrativo que ayude a que tenga, sino porque, aunque hay letras que, aunque no las pongamos traducidas en los subtítulos, quien entienda castellano o inglés va a reconocer frases que hacen las veces de transiciones, y que son parte del guion.
Cuando escuchamos a Manu Chao cantar Seeds of Freedom (“semillas de libertad”) nos está contando cosas de Black is Beltza, además de acompañar con la música al personaje. Cuando Ana Tijoux dice “dame ese beso delante de esta falsa democracia”, también. Cuando Ceci Bastida, cantante de Tijuana No, a los que le produje el disco Transgresores de la ley en 1994, y de los que recuperamos La esquina del mundo, una canción que escribí cuando estuve en la frontera mexicana-estadounidense; y dice aquello de “sin cicatrizar / heridas en la tierra / venas abiertas / de Latinoamérica” (con guiño a Galeano incluido), también se están diciendo cosas. Todas son líneas argumentales que participan no solo en la música, sino también en el argumento.
Con Refree, cuando nos juntamos en Fabra i Coats a trabajar en todo ello, fueron pasando todos estos invitados que quería que fuesen parte de la película. Además de grandes amigos de hace muchos años como Manu Chao; o de gente como Maika Makovski, con la que trabajé en varias ocasiones, o Anari; también había talentos jóvenes que nos apetecía mucho incluir: Iseo, con la que trabajé en los últimos años (e incluso hace la voz del personaje de Amanda) y que me apetecía cantar en un registro distinto al del reggae-dub por el que se la conoce, y que me hace mucha ilusión lo bien que le está yendo; o Rosalía, que también aparece su canción Catalina en un momento.
A The Sey Sisters las conocí en una fiesta de La Directa, un medio catalán del estilo de El Salto, y son de Ghana pero viven en Cataluña, y hacen una versión de ese canto de esclavos que era Down to the River to Pray en un momento de la película en la que el Ku Klux Klan está dando latigazos en la película. Y luego hay recuerdos a mi época con Negu Gorriak, en una versión de Aretha Franklin que ahora sirve de homenaje; o grupos míticos de la época como las Velvelettes.

También hay nombres propios de peso en el doblaje de las voces: Unax Ugalde, Sergi López, Willy Toledo, Ramón Barea, María de Medeiros, Óscar Jaenada, Emma Suárez, Rossy de Palma, Jorge Perugorría… ¿Hasta qué punto era importante que se reconocieran sus voces; y hasta qué punto era que esos intérpretes conecten a nivel de discurso con lo que estaba comunicando la película?
Para mí era importantísimo que estuvieran, porque son cómplices: son gente que admiro muchísimo, y que me han apoyado toda la vida, que en los momentos de mi vida en los que he estado más machacado y perseguido a nivel ideológico, siempre me tendieron una mano. La historia de Black is Beltza llevo contándola desde hace diez años, y el hecho de que vinieran intérpretes como Sergi López, Óscar Jaenada, Rossy de Palma, Emma Suárez, Unax Ugalde, Willy Toledo, ¡cómo no!, el perseguido número 1 del estado español ahora mismo, y más aún si lo llamé para hacer la voz de un Guardia Civil (risas)…
Pero, más que por lo grandes intérpretes que son, me apetecía que estuviesen porque son cómplices míos, y ha sido gente que ha venido a participar sabiendo que es un proyecto muy pequeño a nivel financiero, pero querían estar ahí diciendo que ellos también eran Black is Beltza. De hecho, Emma Suárez me dice en un momento: “Quería apoyar esta revolución que es Black is Beltza”.

Habitualmente hablas de Black is Beltza como un “artefacto transmedia”: libro, expo, laboratorio sonoro, conferencias, talleres, película. ¿Cuál es el límite de mutaciones que tiene este proyecto?
Yo empecé a explorar esa idea a través de Zuloak; y es algo que me ha interesado muchísimo, y con Black is Beltza ha crecido de una manera mucho más exponencial. Cuando fuimos a presentar el cómic la idea era que fuese un paso previo para conseguir financiación para poder hacer la película; pero cuando me invitan de Bilbao a hacer una exposición para poder mostrar el proceso creativo documental, y me motivan a hacer actividades paralelas, me empiezan a llover los reclamos: me llaman desde Arts Santa Mònica en Barcelona para que me instale durante un par de meses y cree algo, y damos a luz el disco de dub.
Mi idea era que el final de todo esto fuese el Festival de San Sebastián: estrenar la película, hablar de los libros, de la banda sonora, del proceso documental, de la exposición… Pero, ahora, viene la promoción y hay gente interesada en seguir moviendo alguna parte del proyecto. Así que tiene pinta de que esto va a seguir.

No sé si incluso tú mismo te consideras una especie de “artista transmedia”. ¿Se te ha agotado el formato de disco-gira? En los últimos años has estado muy interesado y motivado en otras disciplinas.
Un poco sí. Es algo que he comentado mucho con Manu [Chao], aunque él últimamente ha parado mucho; pero esa idea de llegar a un sitio y al día siguiente tener que ir a otro… lo he hecho durante tantos años, y siempre ha sido genial, pero ahora necesito más instalarme una semana en los sitios, hablar de diferentes proyectos, juntarme con músicos, colaborar con alguien, hacer formatos diferentes de conciertos… ese tipo de proyectos me atraen más.
Ahora siento que no solo puedo hacer un concierto, puedo hacer mucho más: dar una charla, hablar del proceso creativo desde diferentes disciplinas del arte… Ya lo dije en 2013 con el No More Tour: no quiero hacer “una gira más”, ni invertir un año entero de mi vida y andar de un lado para otro sin parar. Prefiero no invertir ese tiempo de mi vida en algo que es prácticamente todos los días igual. Esta otra idea me atrae mucho más, y a partir de lo que vaya haciendo después de la película podré ir pensando cuáles serán mis siguientes movimientos.

"Ahora siento que no solo puedo hacer un concierto, puedo hacer mucho más: dar una charla, hablar del proceso creativo desde diferentes disciplinas del arte… "

A través del cine y la música has conseguido internacionalizar muchas cosas que forman parte de la cultura y la historia del País Vasco. ¿Te sientes una suerte de embajador cultural o no quieres tener esa responsabilidad?
(Ríe) Mucha gente me lo ha dicho. Por eso tengo una canción en donde digo “soy una nación andante”. Sí que soy un defensor a ultranza del euskera, que sigue siendo una lengua minoritaria y, por tanto, tiene riesgo de desaparición; por mucho que ahora esté más integrada en la educación y se pueda acceder a escuelas bilingües castellano-euskera o francés-euskera. Pero no me siento embajador de la cultura vasca ni de nada: soy embajador de mi propia causa, en todo caso.
Pero es algo que se sabe: soy vasco, defiendo mi lengua y he sido capaz de, expresándome en mi propia lengua, llegar a los lugares más inhóspitos del planeta. Hay gente que puede estar cantando mis canciones en Sidney, en Tokio, en Pekín o en Helsinki. Y sí que acabo siendo una referencia de ese universo para mucha gente a lo largo de los años.
Recuerdo que Horacio Gamexane, el que era guitarrista de [la banda argentina] Todos Tus Muertos: “Fermín, no tienes que seguir cantando en euskera por el pueblo vasco, o no únicamente: tienes que hacerlo también por todos los latinoamericanos que perdimos nuestras lenguas originarias”. Y a mí eso me llegó muy hondo. Por eso creo que la motivación no es solo por el País Vasco, sino con una mirada muy global. Cuando Gamexane me dijo esto yo no era consciente. Y no solo me emocionó y me pareció bonito, sino que me dotó de un coraje extra para seguir haciendo lo que llevo años haciendo.

Siempre has tenido mucha relación con Cataluña, pero especialmente estos últimos años, mucha parte del proceso de Black is Beltza la has hecho residiendo allí. ¿Cómo estás viviendo el procés? Sobre todo, teniendo en cuenta que también has vivido muy de cerca el “problema vasco”.
Los vascos hemos sido los indeseables durante muchos años, y en cualquier momento nos cuelgan otra vez el sambenito. Ahora está ocurriendo con Cataluña. Yo siempre he tenido mucha relación con Cataluña: cuando Kortatu salió por primera vez de Euskal-Herria el primer sitio al que fuimos a tocar fue Cataluña, y luego Madrid, que eso también hay que decirlo.
Siempre he tenido una relación muy estrecha con Cataluña, pero no tan cercana como la que he tenido estos últimos seis años: he aprendido a hablar en catalán, y aunque no pueda hablar de manera tan fluida sí que me puedo comunicar en su lengua; y me ha tocado estar allí en estos años en los que desde el gobierno del Partido Popular se han dedicado a fabricar independentistas. Yo estuve el 1-O y la consigna del estado español era “no votaréis”, y votaron y se reprimió a quienes querían votar; y lamentablemente ese día se recordará por eso. La solución es que haya un referéndum y que se admita el resultado que salga.
Yo, además de haber sido un defensor de la independencia del País Vasco, también he defendido la de Cataluña y Galicia; o, por lo menos, del derecho de autodeterminación para que los pueblos puedan decidir cuál quien que sea su relación con el estado español. Además, porque he vivido el referéndum de Quebec; y porque hace nada vivimos el referéndum de Escocia, en el que la gente pudo votar. Cuando estuve con Billy Bragg la última vez, que es inglés y un luchador pero que siempre ha defendido el derecho a poder votar, y me dijo: “Votaron y salió que no; pero podrán votar otra vez, y si sale que sí seguiremos teniendo una relación de cercanía y de intercambio cultural como hemos tenido siempre: pero siempre desde el respeto”.

¿Cuáles son los objetivos que te planteas con esta película?
Yo soy muy del recorrido, disfruto más durante el proceso que una vez que ya forma parte de la gente; pero también me gusta llegar a puerto. Y con Black is Beltza han sido muchos años, he peleado con todos, se me han hundido muchas naves, pero he conseguido llegar al final. Estoy tan agotado y me costó tanto llegar a puerto que ahora mismo el principal reto es que la película consiga aguantar en los cines: llega el 5 de octubre, y ya sabemos que estará en cines de Madrid, Barcelona, País Vasco, Galicia, Valencia, Canarias, cines pequeñitos que han cuidado mucho la versión original. Y me gustaría mucho que, al menos, la película consiga aguantar en cines durante octubre: un “octubre rojo” que ahora me gustaría que fuese un “octubre rojinegro”.

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