La revolución permanente de Psilocybe
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La revolución permanente de Psilocybe

Jon Pagola — 25-08-2023

Psilocybe, la asociación musical de Hondarribia, que cuenta con varios locales de ensayo y una sala de conciertos, cumple 30 años. Un relato por capítulos de un agente fundamental en el devenir de la música rock y alternativa del Bidasoa.

1 El mito fundador: “Underribi”
A principios de los 90, en plena eclosión del grunge, el rock alternativo y el indie, el recopilatorio “Underribi” dio a conocer una serie de jóvenes bandas del pueblo: The Illusions, Orgasmic Toothpicks, Beti Mugan y Dut. Aquella puesta de largo editada por el sello Basati diskak en 1994, ahora rodeada de cierto halo mítico y legendario, empujó a que en Hondarribia se generara un circuito musical que se ha desarrollado durante años. Si la casete C86 de la revista NME definió la escena indie pop británica de mediados de los 80, salvando las distancias y en una escala diminuta, con “Underribi” ocurriría algo parecido. Es lo que Egoitz Alcaraz, uno de los miembros más destacados de la asociación Psilocybe considera el “mito fundador”. El punto de partida de un puñado de adolescentes alrededor de la música rock. Un momento mágico al que él se uniría algo más tarde en unos locales de ensayo que un grupo de jóvenes pedían a gritos.

2 El pueblo noise
Hace 30 años el rock seguía siendo una música salvaje donde la juventud volcaba sus frustraciones contra un mundo demasiado viejo. Era la época de Nirvana, Sonic Youth, My Bloody Valentine o los primeros Radiohead y Pj Harvey. La época del noise y del vuelco definitivo de la música underground. Del si tú puedes hacerlo, hazlo. Tres décadas atrás, los ruidosos chavales que aporreaban sus instrumentos en “garajes, trasteros y ganbaras” de Hondarribia se encontraron con que no tenían locales donde ensayar en su localidad. Sus reuniones caseras se convirtieron en un incordio para sus vecinos. Demasiado ruido.
Esas bandas emergentes querían seguir tocando pero sin causar molestias. Empezaron a llamar a la puerta de las instituciones, a ver si les hacían caso. Fueron al ayuntamiento, que desoyeron sus peticiones. “Al principio, el ayuntamiento les dijo que no porque necesitaban formar una asociación e institucionalizarse para poder canalizar las demandas”, recuerda Alcaraz. Entonces se formó el embrión de la asociación Psilocybe, Hondarribiko Rock Elkartea.

3 De viaje por Jaizkibel
La psilocibina, presente en las setas y trufas alucinógenas, abre las puertas a un mundo mágico. Los monguis se pueden encontrar en diversos puntos de nuestra geografía. El monte Jaizkibel de Hondarribia y sus alrededores se han solido considerar una zona fértil. En los 90, dice Egoitz Alcaraz, “muchos jóvenes solían ir al monte para coger setas y pasárselo bien”. El nombre de la asociación tiene una explicación bastante sencilla, no tiene misterio: el viaje psicodélico está muy a mano en la localidad costera. Y los monguis aparecen cuando menos te lo esperas. Alcaraz relata cómo en los conciertos de celebración del 25 aniversario de Psilocybe, en 2018, se encontró por casualidad con un puñado de setas cerca de los jardines de Gernikako arbola, a la altura del “parking del Eroski”, en una céntrica zona del pueblo.

4 En el extrarradio
El espacio físico de Psilocybenea –a diferencia del nombre de la asociación se escribe con el sufijo incorporado– se levantó sobre las cenizas del antiguo colegio Severiano Martínez Anido, un sanguinario general de los tiempos de la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930). En los primeros compases el edificio albergó tres locales de ensayo en el extrarradio de Hondarribia, entre los barrios de Amute y Mendelu, muy cerca de Irun, junto a unos “talleres de ocupación” donde se enseñaban distintos oficios como la “fontanería y la albañilería”. La sala ocuparía el lugar del centro formativo bastante tiempo después, en 2008. En los inicios, precarios e ilusionantes, tuvieron que enfrentarse a más de un escollo. Desde Psilocybe recurren a una anécdota muy gráfica para describir cómo eran las escasas y limitadas instalaciones: “No había ni siquiera un váter, sino un urinario o meodromo solo para hombres”.

5 Primera partida: 500.000 pesetas.
En el gaztetxe de Saindua se empezaron a celebrar los primeros conciertos bajo el paraguas de Psilocybe a finales de 1993. Junto con algunas bandas que formarían parte del recopilatorio “Underribi”, se dieron a conocer Live in the Attic, más adelante Lif, una potente banda de rock que vuelve a juntarse para la celebración del 30 aniversario. El ayuntamiento aportó 500.000 pesetas, según la asociación, para la reforma y el acondicionamiento del nuevo espacio en la periferia. “Nosotros no decidimos la ubicación. Fue su decisión. Yo creo que pensaban que no íbamos a durar tanto tiempo”, explica Alcaraz. Cuando los técnicos municipales pasaron a ver los avances de los jóvenes musiqueros “se quedaron alucinados al comprobar que con tan poco dinero nos lo habíamos currado mucho”.

6 El gran salto
A mediados de los 2000, desde Psilocybe le plantearon al ayuntamiento quedarse con la otra mitad del edificio para poder montar una sala de conciertos en condiciones. Los talleres de ocupación profesional ya se habían extinguido y vieron la oportunidad de desarrollar su actividad musical con más y mejores medios. Se le dio un lavado de cara a todo el espacio: se reformaron los locales de ensayo, se acondicionaron los baños y, sobre todo, se construyó una sala con la que llenar de música las noches de Hondarribia. El arquitecto Santi Noain se encargó de dirigir la obra, que quedó finiquitada en 2008. Psilocybe pegó un brinco, y desde entonces se convirtió en foco y emisor de la música local y de otros lares. “Mucha gente ha hecho de su afición un oficio y otros muchos han ayudado desde sus conocimientos profesionales para mejorar las instalaciones, desde electricistas a administrativos”, cuenta Alcaraz. Más adelante pusieron en marcha un sello con el que promover a los grupos de la casa, también con guiño psicodélico: Psilocibina Records.

7 Conciertos favoritos
Normalmente, la sala acoge una media de unas 15 actuaciones al año. En los inicios eran más. Algunos artistas internacionales del programa Gaztemaniak! de la Diputación de Gipuzkoa pasaron por aquí y la promotora irunesa Bloody Mary también ha solido apostar por Psilocybenea, con una acústica perfecta para conciertos de pequeño formato. A todo ello hay que añadirle la programación propia, donde además de dar cancha a muchas bandas del pueblo, en Psylocibe han mostrado tener un estupendo olfato musical.
El de Ebbot Lundberg, líder de los suecos The Soundtrack of Our Lives, en 2017, ha sido para algunos de los consultados el mejor concierto de la sala en los últimos años. Personalmente, uno se decanta por los shows de Hoover III (2019), Kelley Stoltz (2014) y Jacco Gardner (2013). Egoitz Alcaraz desliza sus preferencias citando a uno de los puntales del metal alternativo, Helmet, en la inauguración de la sala en 2008 (volverán el 1 de diciembre); el concierto de John Parish, mano derecha de PJ Harvey, en 2013; y el rock and roll revivalista de JD McPherson un año después, sin olvidarse de una “exhibición” de Joseba Irazoki.

8 Por amor a la música
Nadie en Psilocybe cobra un euro por su trabajo. Todo el mundo realiza sus labores de manera altruista en este proyecto autogestionado que cuenta con una partida municipal de “15.000 euros” al año para la “organización de conciertos y eventos”. Con sus más y sus menos, la relación con el ayuntamiento, hasta ahora en manos del PNV, ha sido “cordial”. Todo indica que habrá buena sintonía con los recién llegados. El nuevo alcalde, Igor Enparan (Abotsanitz), alabó a la asociación y destacó recientemente tres aspectos positivos de Psilocybe elkartea: “Creatividad, compromiso y autogestión. Sois un modelo para nosotros, ya que habéis demostrado que los recursos populares pueden funcionar por iniciativa ciudadana. Queremos ser vuestros compañeros de andadura los próximos años”.
Todos los socios abonan una cuota anual de 150 euros que, en función de su trabajo e implicación en distintos ámbitos, como en los turnos rotativos de las barras, se pueden descontar. La txosna de Psilocybe en las fiestas de Hondarribia de septiembre es otra de sus principales fuentes de ingresos. Con lo recaudado esos días suman una importante cantidad de dinero que utilizan para el mantenimiento del espacio, adquisición de material diverso y renovación de las instalaciones. El año pasado, apunta Alcaraz, se remató la insonorización profesional de los locales, una tarea que había quedado pendiente, sustituyendo las antiguas “hueveras”.

9 Hay relevo
Los miembros originales de Psilocybe rondan ya los 50 años; no son unos bisoños jovenzuelos. Egoitz Alcaraz, que se incorporó un tiempo después, tiene ya 43 años. La falta de relevo generacional, especialmente en el rock, no parece que sea un problema de primera magnitud en Psilocybe y “poco a poco está entrando gente joven con mucha voluntad”. Lo que ha cambiado, afirma Alcaraz, además de algunas preferencias musicales, es la edad de acceso. “Nosotros empezamos a ensayar y a involucrarnos más jóvenes que ellos, con 16 ó 17 años”.

10 Aniversario 100% rock
Referente de la agitación musical en vivo, Psilocybe celebra sus 30 años de andadura con un festival gratuito de dos días que tiene lugar hoy viernes 25 de agosto y mañana sábado 26. Hay mucho que festejar. El sueño de 1993 se mantiene intacto. El escenario ubicado en el aparcamiento del polideportivo de Hondarribia verá desfilar estos dos días a los angelinos Sasquatch, el dúo gallego Bala y las barcelonesas The Capaces, entre una decena de bandas, la mayoría de ellas vinculadas a Psilocybe. Después de 20 años en barbecho, Lif se volverán a reunir y será otro de los platos fuertes junto al beratarra Joseba B. Lenoir. Una clara reivindicación del rock como cimiento de varias generaciones. El estandarte de Psilocybe durante tres décadas.

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