“Que bajen tus labios y me callen”. “Soy grito y soy cristal”. “Todos los raros fuimos al concierto”. “Sé que si no hacemos algo el hielo durará mil años, ¿crees que alguien nos encontrará?”. “Ven a romper las ventanas y a hacer del caos un arte”. “Ya no hay ganas de seguir en el show”. “Tengo un cuchillo y es de plástico donde solía haber metal”. “¿Sabes a quién te pareces? Yo no quiero parecerme”. “Mira mis manos, ¿ves?, no pesan nada, ¿ves?”. “Creo que lleva media vida huyendo, quizás le pasa lo mismo que a mí”. “Que sea cierto el jamás”. Y podríamos seguir. Seguro que has visto algunas de estas frases en carpetas, en Fotologs y estados de Tuenti, al igual que has visto camisetas de John Boy y de amantes guisantes. Porque todos tienen su frase (o sus frases) favorita de “1999”. Porque todos han vivido, querrían vivir o desearían no haber vivido una historia como la que cuenta “1999”, una historia que duele diez años después. Y que también hace sonreír diez años después. O, como ahora, veinte.
Hace unos días se cumplieron diez años del lanzamiento (y veinte de su recuerdo) del tercer disco en español de Love Of Lesbian, un absoluto pelotazo para la banda que además acabó suponiendo todo un gamechanger en el indie nacional y en la burbuja de los festivales. Junto a Vetusta Morla y su “Un día en el mundo”, son dos discos que no debutaron precisamente en el número uno, pero a los que el calificativo “sleeper” les viene que ni pintado: fueron sumando más y más copias vendidas, manteniéndose en la lista de ventas incluso años después de su publicación, y convirtiéndose, especialmente el que nos ocupa, en discos de culto. Especialmente el que nos ocupa porque aquí había un factor que iba más allá del indie, el mainstream, los festivales, Los 40. Lo que hizo que perdurase en nuestra memoria no era nada de eso, y para muestra otro botón.
La gira de “1999” se extendería lo suyo también (inspirando parte del siguiente trabajo de la banda), entre otras cosas debido precisamente a este creciente éxito que no parecía tener fin. Esto dio lugar a situaciones muy peculiares que es lógico que ocurran entre era y era, pero no tanto en la misma gira: por poner el ejemplo de Sevilla, la gira hizo parada en la Sala Obbio... y, sin embargo, era surrealista imaginarlos otra vez ahí para cuando la gira estaba terminando. Porque Love Of Lesbian habían pasado de tener seguidores, fans a los que les encantaba el disco, etcétera, a que se crease una auténtica religión alrededor de éste. Y con los años solo fue a más.
Por eso es por lo que perdura. Ese carácter casi religioso surge porque sus canciones marcaron a toda una generación que se sentía identificada y que, boca-oreja y concierto a concierto, se preguntaba eso de “¿cómo es posible que haya estado en mis infiernos?”. “1999” cuenta las distintas fases de una relación que parece a la vez bendecida y maldita, de una relación que te hizo sentir en una nube y a la vez te destrozó, pero que, sobre todo, te cambió. Porque, tras pasar por todo eso, tras clavarte todos los cristales y ahogar todos los gritos, ya no eres la misma persona. Y, en cierto modo, acabas estando agradecido por haberte ayudado a madurar.
Hay dos taxis imprescindibles en el pop español de las últimas décadas, y ambos están asociados al desamor: aquél en el que Mónica Naranjo iba llorando -no importa la dirección- en “Desátame”, y aquel al que los protagonistas de “1999” suben juntos para bajar separados, en cuyas ventanas escriben palabras gracias al vapor de cristal. No debe ser casualidad tanta simbología con los cristales, igual que no puede ser casualidad que en “Mi primera combustión” (05) Santi Balmes hablase de un reencuentro con alguien “seis años después”. Ahí teníamos una pista de toda la épica romántica (o antiromántica, como Joel y Clementine) que habría en este disco, que cuenta toda esa historia en flashbacks pero comienza y termina en el presente: “Allí donde solíamos gritar”, posiblemente lo mejor que han hecho, dando inicio a una historia que comienza con inocencia, optimismo, euforia e ilusión, hasta que la realidad se interpone, enturbiando esa pureza cada vez más, llegando a un punto irreversible por más que intenten evitarlo, y perdurando en la memoria de sus protagonistas –o, al menos, de uno de ellos– hasta diez años después, en el cierre, maravillosos coros de Zahara mediante, con la cruda “2009. Voy a romper las ventanas”.
A pesar de que insistamos tanto en el componente generacional, la historia que cuentan los catalanes aquí tiene también carácter universal, y no se apoya tanto en las descripciones exactas de situaciones como en los sentimientos del enamorado. Es decir, no hacía falta haber vivido exactamente la misma historia, ni hacía falta que fuese entre un chico y una chica, ni hacía falta que hubiese un concierto de por medio, ni hacía falta que fuese en 1999 (me atrevo a pensar que la de muchos sería alrededor de 2009), ni hacía falta siquiera que fuese una relación de pareja, y para muestra, un botón: la primera vez que un servidor lo escuchó, tenía un amor no correspondido hacia un chico heterosexual, y aún así me podía identificar con sensaciones que transmitían los temas, quizás por la inocencia que yo mismo tenía por aquel entonces. Luego volvería a él, en historias que sí se parecerían cada vez más a “1999”, y me consta que muchos han vuelto también a él en numerosas ocasiones, en busca de consuelo, de identificación o incluso de autosabotaje. Porque puedes haber vivido tu 1999 de muchas formas y en cualquier año.
Love Of Lesbian dejó su huella en todas las personas para quienes “1999” no es un disco; es un lugar. Es un lugar donde sentirse quizás mierda, pero también entendidos. Un lugar del que huir, pero también al que volver; por eso resulta hasta mágico que la primera frase del disco sea la que es. Porque todas esas personas, por muchas malas lenguas y muchas presencias paranormales ectoplastas que hubiese, pensaron que lo suyo era distinto. Que lo suyo era único. Que a ellos no les podía pasar. A ellos no. Pensaron quedarse hasta el fin, pero el primer largo enero llegó. Y otro. Y otro. Y descubrieron que el reinado era falso. Y se sintieron como esa gran incomodidad. Y, finalmente, se preguntaron quién pensó el guión y entonaron la mítica canción de Jeanette, como hace la banda en sus directos.
Después de este álbum, el grupo siguió lanzando temazos, pero no se revisitó esta historia (¿o quizás en “La noche eterna”?) nunca más. Probablemente porque era un capítulo que tenía que cerrarse, como tienen que cerrarlo sus fans. Como tenemos que cerrarlo sus fans. Pero aún vive el monstruo y aún no hay paz.
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