Después de “Devastación”, primer cómic de Julia Gfrörer que pudimos leer en nuestro país, llega esta ensoñación gráfica totalmente anacrónica y evocadora con una protagonista femenina digna de una novela de Shirley Jackson o de Daphne du Maurier. Eleanor vive metafóricamente atrapada en una casa que es su propio cuerpo, del que no puede salir sino a través del reflejo que un espejo confesor le proporciona en determinados momentos de soledad y recogimiento. Eleanor lo lleva mal, para entendernos. Le ha tocado hacer de enfermera de su inválida cuñada, que ha caído en una de esas enfermedades crónico-decimonónicas de improbable curación, y su cometido en esa lánguida existencia doméstica es básicamente estar en todo y por todos en todo momento. Sube escaleras, baja escaleras, prepara el remedio, recoge el remedio, espía tras una puerta, poco más.
El orden establecido del momento –con la figura masculina siempre intocable, siempre por encima de cualquier otra voluntad que la ensombrezca– va minando y constriñendo a la mujer en todas sus facetas y potencialidades. No hay espacio para el desahogo, la tranquilidad, el disfrute. Lo que viene a ser una existencia satisfactoria con los mínimos cubiertos, vamos. ¿Qué le queda entonces a la pobre Eleanor? La huida interior, el disfrute de su cuerpo, el Eros imponiéndose al Thanatos, la carnalidad en un entorno hipnótico-reprimido cuya narrativa pseudo-gótica transporta a otros tiempos y otro tempos. ¿Y la relación con su hermano? Eso daría para otro cómic enterito, pero no vamos a desvelar nada.
Línea temblorosa la de Gfrörer (New Hampshire, 1982), siempre provista de un velado erotismo ya inconfundiblemente muy suyo, con el toque enfermizo justo y el ritmo medido página a página, viñeta a viñeta, claustrofobia mediante.
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