Elliott Smith
Fue en otoño de 1998. Fue entonces cuando Elliott Smith empezó a estar en boca de los principales medios de nuestro país y cuando fermentó una sólida base de fans que se extendió hasta aquí. El 25 de agosto de aquel año se publicaba su cuarto álbum, el primero al abrigo de una multinacional. Pero la onda expansiva de su arrebatador argumentario iría abriéndose paso poco a poco, desde ese mismo día hasta bien entrado un mes de diciembre en el que quienes listaban lo más granado de la producción discográfica del ejercicio lo tuvieron bien presente a la hora de destacarlo. Entonces no podíamos ni imaginar que se quitaría la vida tan solo cinco años después, porque su primer intento serio de suicidio – lanzándose desde lo alto de un acantilado en Carolina del Norte, y dando con sus huesos en la copa de un árbol: apenas un inoportuno parte de lesiones – no trascendió hasta mucho tiempo después. El uso de internet no estaba generalizado, y las redes sociales aún eran ciencia ficción. Aquello ocurrió a finales de 1997, justo cuando estaba grabando las canciones del memorable XO (Dreamworks, 1998), cuya salida al mercado acaba de cumplir veinte años. Un álbum que, pese a pugnar desde entonces y para siempre jamás con su precedente – Either/Or (Kill Rock Stars, 1997) – por copar las preferencias de sus seguidores en enconado debate, no hizo precisamente muy feliz a su propio autor. En realidad, su permanente desdicha contrastaba con la cegadora belleza (no precisamente alegre en sus textos, pero sí radiante en sus quebradizas melodías) de sus composiciones.