Finalmente Billy Corgan ha tenido lo que merecía: calabazas. Ya llevaba demasiado tiempo abusando de la paciencia del respetable. El minutaje excesivo de “Mellon Collie” era compensado por temas como “Tonight, Tonight” o “1979”, lo de “Adore” era disculpable si se trataba de un impaso, pero lo de “Machina/The Machines of God” ya cantaba: la fórmula de Corgan estaba agotada, los tiempos de “Gish” y “Siamese Dream”, olvidados. Por si fuera poco, se despiden con otro disco flojo, “Machina II”, que sólo se puede conseguir desde Internet, y con un repertorio –el del concierto- que fue puro despropósito. Se alza el telón y aparece el cráneo desnudo de Corgan, que viste con túnica blanca: nos esperan seis o siete canciones soporíferas que basculan entre el rock sinfónico de Pegasus (con solos de piano y batería incluídos) y un concierto Básico de Los 40. Media parte. Corgan cambia de color (del blanco angelical al negro) para mostrarnos su vertiente más metálica y pretendidamente diabólica (James Iha y Melissa Auf Der Maur ataviados de rojo). Sin que mejorara el sonido, la hora y cuarto que quedaba de concierto (en total dos horas) fue una masa homogénea de riffs irreconocibles por lo pésimo del sonido. Sonaron algunos temas de “Machina II” y muy pocas concesiones a un público deseoso de viejos himnos como “Disarm” o “Today” (¿de veras sonó “Today”?). En fin, mucho ruido y pocas nueces. Los Pumpkins hacen bien en retirarse, aunque si lo hubieran hecho antes saldrían por la puerta grande y no por la de servicio. Y nos hubieran ahorrado tanto sufrimiento
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