Hace diez meses un pabellón escéptico se enfrentó a cuarenta años de historia del rock y se fue a casa con el concierto del año. Aún así había incertidumbre. Una manita cayó de su último disco, “Endless Wire”(“Fragments”, “Man In A Purple Dress” o al cierre “Tea & Theatre”, a dúo por los supervivientes). Supieron colocarlas para no despistar a los incondicionales del periodo 1965-1978, pero cada tema nuevo suponía un clásico menos. Tras la poderosa y densa sesión del power trio Rose Hill Drive, se encendieron Townshend, Daltrey y la banda de su anterior visita, y una pantalla proyectando nostálgicas fotos al ritmo que arrancaba aquel primer single, “I Can’t Explain”. Tras “The Seeker” y “Who Are You?” hubo un parón técnico que se olvidó con los acordes de “Behind Blue Eyes”, “5:15” –con imágenes de “Quadrophenia” de fondo- y “Baba O’Rilley”. Con Pete inmenso, a partir de “Substitute” vendría lo mejor. Reinventaron los extensos finales de “My Generation” o “Won’t Get Fooled Again” y llegó el éxtasis con “Pinball Wizard” y “See Me, Feel Me”. Sonido perfecto aunque menor intensidad que el anterior. Muy lejos de la autoparodia demostraron, otra vez, porqué son los jodidos Who.
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