Pet Shop Boys prometían un despliegue no excesivamente teatral en las actuaciones de su segunda gira europea, y en cierta medida lo demostraron con un espectáculo en el que el protagonismo no era tanto del medio (por lo demás muy futurista) como de los actores.
El petardeo estaba servido bajo un impresionante fondo de proyecciones, luces y demás artificio que convirtieron el escenario en un espectáculo total al que sólo faltaban las canciones. Llegaron, por supuesto: una intachable colección de singles, desde «West End Girls» -que marcaría la pauta de un concierto que hizo lo posible por recoger las mayores virtudes de la música disco- hasta «New York City Boy» (Village People, sí, ¿y qué?). Momentos gloriosos que se sucedían: «Being Boring», «Can You Forgive Her», «Left Of My Own Devices».
Un intenso debate entre el pop y la electrónica que tuvo en el segundo acto de la representación (hubo un inexplicable descanso de veinte minutos) sus momentos más decisivos: Neil Tennant interpretando en acústico «You Only Tell Me You Love Me When You’re Drunk» (¿concesión o atrevimiento?), las estelares intervenciones de la habitual Sylvia Mason-James, el hedonismo desbocado de «Sea Vida É», y la eclosión definitiva en la espectacular ejecución de «It’s A Sin» y «Always On My Mind».
Ritmos desenfrenados y estribillos perfectos que acabaron en una masiva (e inteligente) discoteca, que todavía tendría que deparar un final tan obvio como necesario: «Go West». Predecibles (a pesar de las remozadas lecturas de clásicos como «Discoteca» y «Opportunities»), estáticos (Chris Lowe siempre en segundo plano), faltos de improvisación; todo eso y más, pero ante todo brillantes. Pues sí: hubo una discoteca por aquí.
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