El público ya estaba entregado, y el señor Reed supo aprovechar la coyuntura para hacer de cada uno de sus silencios una aclamación de los asistentes. Para entonces, el autor de “Walk On The Wild Side” (que no interpretó pese a la insistencia de buena parte del aforo) ya había desgranado algunos de sus clásicos recientes: “Small Town” (de ese precioso disco que sacó con John Cale en homenaje a Andy Warhol, “Songs For Drella”) o “The Blue Mask”. Cierto que el espectáculo se resintió con obviedades como “Mistyc Child” o “Turning Time Around”, pero inmediatamente se recuperaba con la excelsa “Ecstasy”, la elegancia de “Mad” o la prolongada quietud de “Rock Minuet”. Y de ahí a la eternidad, porque el último tercio del concierto fue inapelable: complicidad perfecta del artista con su público (Lou Reed cambiaba el rostro pétreo por uno amable, e incluso sonriente), la sólida interpretación de un tema endeble como “Set The Twilight Reeling”, las verdades a la cara de “Sex With Your Parents”, el sincero agradecimiento de Reed a un público entusiasmado, y el regalo de dos temas (“Sweet Jane” -perfecta- y “Vicious” -adictiva-) que uno no tiene la oportunidad de escuchar en directo cada día, y que hacen que esta noche fuera -como poco- inolvidable.
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