Fuera de tiempo y de lugar. “Hollow Meadows” (Parlophone/Warner), en la calle desde el 11 de septiembre, apunta un nuevo viraje hacia su esencia. Un disco austero y desprovisto de ornamentos, quizá el más sencillo en las formas de todala carrera de Richard Hawley, consecuencia directa de un periodo de reclusión involuntaria (cuatro meses postrado, recuperándose de unos problemas de espalda y una lesión en la pierna). Una depuración de estilo en toda regla, que quizá no exhiba gemas tan inmediatamente cegadoras como “The Ocean”, “Tonight The Streets Are Ours”, “Open Up Your Door,” o “Don't Stare At The Sun” (no al menos en las escasas 48 horas que su sello nos permitió acceder a ellas, antes de esta entrevista), pero conforma una sólida colección de canciones. De esas que se explican por sí solas. Inmediatamente reconocibles. Intransferibles.
El título de este disco vuelve a hacer referencia a un enclave concreto de tu ciudad, Sheffield. Al igual que ya ocurrió con álbumes como “Lady's Bridge” (2007), “Cole's Corner” (2005) o “Lowedges” (2003). Supongo que no es algo intencionado por tu parte, pero el resultado es que tus álbumes prácticamente servirían para trazar un mapa sentimental de la ciudad...
“Sí, diría que sí. Siempre he querido mantener las cosas cerca de casa, y no escribir sobre otros aspectos de cosas que no conozco. No sé cómo es la vida en Los Angeles, en Madrid o en Barcelona, no tengo ni idea de cómo son las cosas allí, así que intento escribir sobre asuntos que signifiquen algo para mí. Porque eso también hará que signifiquen cosas para la gente”.
Supongo que una de las mayores dificultades a las que te enfrentas es el hecho de cantar-con la excusa de utilizar enclaves muy locales pero a la vez sobre sentimientos personales bastante íntimos-de una forma no demasiado explícita y que al mismo tiempo sea interesante desde un punto de vista universal. ¿Es así?
“Sí, eso es lo que intento, desde luego. Porque si escribes acerca de cosas de las que no sabes mucho, y sobre las que no albergas ningún sentimiento especial, al final no significará nada para nadie. Porque sonará falso. A mi me encanta la historia de mi ciudad, y la historia de mi familia viviendo aquí desde el año 1300 o así, que es de donde viene nuestro apellido. Es muchísimo tiempo. Por ejemplo, Lou Reed escribió sobre Nueva York continuamente, porque era de allí, pero si escribes acerca de la condición humana, aunque sea desde el punto de vista de la ciudad en la que resides, eso siempre acabará conectando con la gente”.
Algo así como tomar lo local para construir un discurso universal, ¿no?
“Sí, es así. Por ejemplo, si coges esos souvenirs tan cutres (cheesy, los denomina él en inglés) que vendéis en España, los puedes imaginar como algo divertido, pero en el fondo están ocultando algo. Si puedes ver a través de ellos, te das cuenta de que responden a un trabajo artesanal, y puedes ver una parte de lo que significan, pero no el cuadro completo. El truco es que, cuando escribimos canciones, no mostremos el cuadro completo. Hay que dejar huecos para que la gente pueda rellenar esos espacios con su propia parte de la historia. Ese es el truco, esa es la habilidad. Y siento utilizar la analogía de los souvenirs españoles (risas)...”
No, no te preocupes, me parece válida para entenderlo: al fin y al cabo has estado aquí de gira suficientes veces como para saber de qué van...
¿Estás de acuerdo con quienes piensan que este álbum es un retorno a tu sonoridad más clásica, escapando (salvo en un par de canciones, como “Which Way” y “Heart of Oak”) de los áridos paisajes de psicodelia que exploraste en Standing At The Sky's Edge?
“No, no en realidad. Me cuesta mucho forzar las cosas. Siempre me salen tal y como nacen. Hay momentos en los que sí que muestro ese sonido, más grande y agresivo, pero no es así desde el punto de vista de las letras. Sentía que era el momento para que las canciones fluyeran así, más íntimas y pequeñas, era un buen momento para meterme dentro de mi mismo. En el momento de hacer “Standing At The Sky's Edge” necesitaba explorar en esa dirección. En este mundo sentimos una gran presión para ser perfectos por fuera, pero no prestamos tanta atención a cómo somos por dentro. Y yo he tratado de encontrar un equilibrio entre ambas facetas. Creo que este disco va sobre eso, sobre cómo eres capaz de mantener un equilibrio entre ambas pulsiones, y cómo te definen como ser humano”.
Has coproducido el álbum con Shez Sheridan, y he leído en algún sitio que algunas de las canciones ya tenían un formato demo muy delineado porque habías trabajado con ellas en tu propio estudio. No has contado con la visión externa que los productores Alan Moulder (“Standing At The Sky's Edge”) o Colin Elliot (“Truelove's Gutter”) han aportado otras veces. ¿Querías reducir tu música a la esencia, a la menor presencia posible de arreglos?
“Sí, es así. He tratado de no acumular capas y más capas de orquestaciones, simplemente ir a lo más básico que una canción puede ser. Y es muy difícil sortear la tentación de ornamentar las canciones con una orquesta o con una gran sección de vientos o un coro. Y aunque se puede decir que hay un sonido grande en algunas canciones, hemos intentado que todo fuera muy simple. Una viola, un mellotron y una parte de cuerdas, como mucho. Podría haber alquilado los servicios de una orquesta de varios miembros, pero al final te das cuenta de que a veces, cuanto más simple es algo, más poderoso resulta”.
Sí, eso de que a veces lo sencillo es más complicado que lo muy elaborado...
“Sí, en este caso las canciones eran tan poderosas que se completaban por sí mismas, y podrían tocarse solo con una guitarra acústica. No quería añadir mucho más para no romper su hechizo”.
¿Tiene algo que ver con el hecho de que el disco se gestó durante unos meses en los que estuviste postrado en la cama, recuperándote de unos problemas de espalda y una rotura en la pierna? Supongo que, en un lapso como ese-cuatro meses-le da a uno tiempo para reconsiderar su trabajo e incluso volver a plantearse aspectos de su propia vida. ¿Es este disco una consecuencia de ello?
“Sí, así es. Cuanto más simple hago mi vida, más feliz soy. Y algo de eso se ha trasladado a mi música. Hay muchas cosas sonando, ocurriendo a la vez, demasiada ansiedad y confusión, y parece que cada vez es más complicado sentirse a gusto. A lo largo de mi vida he pasado por etapas de un gran caos, pero lo cierto es que al final no me han hecho sentirme muy feliz (risas)”.
Hay muchas colaboraciones en este disco. Martin Simpson en “Long Time Down”, Nancy Kerr en tres canciones, Rebecca Taylor y Jarvis Cocker en “Nothing Like a Friend”...De hecho, Jarvis Cocker es el más conocido de ellos con diferencia. En todo caso, todos parecen aportar ligeras pinceladas a tu música, incorporando detalles que no les reportan ningún protagonismo especial, porque tus canciones siempre acaban sonando totalmente a Richard Hawley. ¿Son estas colaboraciones un asunto más de amistad que otra cosa para ti?
“No necesariamente. Puede que en este álbum sí sea así, pero en el pasado he colaborado con mucha gente a la que apenas conocía. Gente de los Manic Street Preachers, Elbow, Shirley Bassey, a todos ellos no les conocía personalmente. Pero en este álbum fue diferente: Martin (Simpson) es mi vecino, por ejemplo: nos metemos el uno en casa del otro continuamente para tocar música juntos. Nos tomamos unas copas de vino y tocamos durante horas, y sentía que era lo apropiado para este disco, ya que llevamos tres años viviendo en esta nueva casa y nos conocemos muy bien desde entonces. Y con Nancy Kerr es parecido: hemos estado tocado juntos muchas veces sentados alrededor de la mesa de la cocina de mi casa. Son muy buenos músicos, de hecho son virtuosos, pero también son gente estupenda, y hacen que las canciones se beneficien de ello”.
Siempre he tenido la impresión de que una de las claves de la madurez de tu propuesta, tanto en estilo como-sobre todo-en sus hechuras, es que empezaste muy mayor a editar tus propios discos, al menos para lo que se estila en este negocio en tu país. Tenías ya entonces un amplísimo bagaje con The Longpigs y Pulp, con 33 años. ¿Tú lo ves así?
“Por supuesto. He estado escribiendo canciones desde que era un crío. Y lo más gracioso es que nunca tuve presión sobre mi. Fue todo un proceso muy lento, del que tuve que aprender. Nunca estuvo en mi mente convertirme en lo que llaman un gran compositor de canciones. Fui madurando poco a poco, en lugar de cometer grandes errores, que es algo que le pasa a mucha gente cuando está expuesta desde muy joven. Tuve tiempo para pensar en todo detenidamente, antes de mostrar mis canciones. Tenía claro que solo empezaría a editar mis propios discos cuando estuviera muy seguro de que era en eso en lo que creía, y es algo maravilloso. Y te puedo decir que me resulta muy extraño todo esto de que me haya convertido en un músico de éxito, porque te aseguro que no era parte del plan (risas)”.
Bueno, pero tampoco te puedes quejar de ello...
“No, no, claro que no. Pero fue como un accidente. Nunca pensé que la gente supiera captar lo que yo hago. Y lo cierto es que me encuentro en un lugar extraño para mi: me resulta asombroso que lleve ya editados ocho álbumes a mi nombre. Tengo 48 años, y ya ha pasado mucho tiempo desde que edité el primero. Y lo más gracioso es que, ahora que lo pienso (porque de verdad que no había reparado en ello hasta que me lo has preguntado), me doy cuenta de que llevo 16 años como solista. Y ese es el periodo más amplio de tiempo en mi vida en el que he estado dedicándome a hacer algo en concreto. Porque la mayoría de bandas y de músicos de este mundo tienen una vida, comparativamente, mucho más corta”.
Habrá gira por Europa, y en consecuencia por España, ¿no?
“Sí, tenemos planes de girar por Europa, y siempre intentamos acercarnos a España, donde creo que el público es muy generoso”.
Ya que lo comentas, recuerdo un concierto de una de las últimas giras que has hecho por nuestro país, en la sala Mirror de Valencia, en febrero de 2010, en el que saliste al escenario completamente abatido por la muerte de un músico amigo. Sin embargo, los que estuvimos allí nos quedamos con la sensación de estar asistiendo a un concierto único, en el que tus temas adquirían una dimensión distinta, teñida del duelo que (inevitablemente) te invadía. Un tormento para ti, supongo, pero un gozo para los espectadores...
“Sí, era Tim McCall. Guitarrista amigo mío desde que éramos críos. Había muerto la noche antes. Me enteré de su muerte justo en la mañana del día de nuestro concierto en Valencia, tan pronto como bajamos del autobús. Y le había visto en Inglaterra solo tres días antes. Fue un shock terrible. Fue muy complicado tener la cabeza puesta en aquel concierto. Era un tío estupendo, y un gran amigo y músico. Intenté sacar lo mejor de mi en aquella noche, lo recuerdo perfectamente. Pero no era fácil”.
Creo recordar que tampoco te sentó muy bien el ya clásico rumor ambiental que se genera por parte de ese sector de público que se dedica a hablar en voz alta desde la barra de cualquier sala. No sé si es un problema que también está cada vez más generalizado en las salas de tu país...
“A los españoles os gusta mucho hablar todo el tiempo (risas). No, hablando en serio, a veces es algo que se puede sobrellevar. Pero aquella noche la recuerdo perfectamente porque me resultó algo increíblemente difícil de hacer, solo quería terminar e irme a llorar. El tema es que no somos robots, somos seres humanos, y cuando viajamos a veces ocurren cosas desgraciadas en nuestro país, y es complicado comportarse como un robot. Yo soy un hombre muy emocional, y me resulta muy complicado tener un comportamiento mecánico con estas cosas, porque además toco música que también es muy emocional, y eso lo hace más difícil. Si estuviera en una banda punk rock, la emoción que destilas tiene más que ver con la ira, pero lo mío es algo completamente diferente”.
Ya que hablas del punk, me ha llamado la atención una afirmación que te he leído en una entrevista del año pasado para el diario The Guardian, en la que decías que el hecho de ser un músico de más de cuarenta años, plenamente activo y en forma (como tantos otros) tiene mucho que ver con la herencia de la generación punk. O de su propia filosofía. No terminé de entenderlo. ¿No crees que la deflagración punk pregonaba, al menos en un primer momento, justo lo contrario, el no future? ¿Que era algo en principio destinado a consumirse en su propia llama?
“Sí, pero al final no fue eso lo que ocurrió con el punk. John Lydon todavía está haciendo música. Y hay un montón de bandas de aquella era que se reúnen de nuevo. Una de mis mejores amigas, Jeannette Lee, de Rough Trade, tiene más de 50 años y está plenamente activa. Creo que una de las cosas que hizo el punk fue que nos liberó, en cierto modo. En la época previamente anterior, bandas como The Sandals se separaban cuando llegaban a una cierta edad. Lo dejaban. Se sentían viejos mentalmente. Incluso en los años 20, 30 y 40, tenías que casarte y sentar la cabeza para ser alguien respetable. Pero la generación de los viejos punks, como Joe Strummer, cambió eso. Él nunca abandonó. Como el resto de miembros de The Clash. Y da igual que seas un músico, igual ocurre con los artistas o los directores de clips o de cine. No hay razón para que un ser humano creativo y positivo tenga que dejar de hacer cosas, solo porque ya no tiene 17 años. Es estúpido. Solo eres joven por un corto periodo de vida, la mayor parte del tiempo te estás haciendo mayor, y pasa como un suspiro. No creo que sea saludable vivir en una sociedad que esté completamente obsesionada con la juventud. La juventud tiene muchas cosas que decir, pero no hay motivo para que alguien que sea creativo tenga que dejar de hacer cosas, y es importante para cualquier ser humano de este planeta el mantener su mente abierta. No quiero ser cínico, porque eso es lo más fácil”.
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