Desde una cómoda posición de segundón de lujo, dentro de la categoría de jcantautores estadounidenses que combinan el folk con un pop de cámara elegante, bello y que además hace uso de la instrumentación más clásica, ya sea a base de violín (el instrumento natural de Andrew Bird, junto a sus ya famosos silbiditos), guitarras acústicas o violonchelos, que suelen darle al conjunto un toque muy cinemático, el de Chicago se muestra tan intratable como infalible y además empieza a acumular una discografía tan recomendable como interesante y sólida.
Sin dar su brazo a torcer y sin resbalones, la dulce y evocadora voz de Andrew Bird, que puede recordar a cantantes como Cat Stevens o Don McLean, se encarga de desgranar catorce bellas tonadas, sin caer en el exceso barroco de un Rufus Wainwright o en el minimalismo trágico de Antony. Él prefieremoverse en un terreno intermedio a ambos, huyendo de cierta obviedad y en el que puede llegar a ser tan evocador como tierno. Sin estridencias, sin salidas de tono, nos hayamos ante un álbum ideal para acompañar cómodamente nuestras lecturas de invierno y en el que podemos destacar canciones como “Not A Robot, But A Ghost” con esa base electrónica, de la que se vale para construir una extraña y sinuosa canción o la más clásica “Masterswarm” que te recordará a unos Belle And Sebastian algo más austeros.
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