Daniel Alonso, Pablo Peña, Darío del Moral y Javier Rivera son sevillanos, aunque uno les ubica en algún planeta lejano, muy puestos en algún terreno lleno de cráteres, y dejándose llevar en una suerte de jam intergaláctica sobre una línea de bajo de Pablo Peña. Allí me los imagino, zapateando sobre un disco de Suicide mientras realmente está sonando “Mushroom” de Can; soltando lágrimas de pura risa pensando en las tonterías que se están haciendo con Sevilla cuando en realidad les gustaría tocar en una rave en una playa ibicenca; partiéndose la polla a costa de Dick Cheney luchando contra los loros salvajes de la Sevilla tropical o imaginando la cantidad de tiros que se deben meter nuestros políticos para evitar el sopor que sus propias palabras les provocan. Porque solamente imaginándoles así uno puede intentar entender qué pasa por sus cabezas cuando dan forma a sus textos y sus músicas.
Vamos, que ya saben ustedes que Pony Bravo no son un grupo corriente. Mientras otros se pondrían serios a la hora de dar forma a su disco más político, estos cuatro extraterrestres sueltan lastre y dejan volar su ironía y su sentido del humor más satírico y lo hacen sin control, pero sin una palabra de menos, destilando toda la mala baba necesaria a base de puñetazos rotundos y bien dirigidos aunque camuflados en ritmos adictivos y casi tántricos. Pony Bravo conocen la mejor fórmula para hacer la revolución y derrocar gobiernos: bailar con la camisa abierta, pimplarse unos vinillos, fumarse algún canuto, irse a dormir al mediodía y, si por aquellas de casualidades uno se cruza con un político, levantarle el dedo medio con descaro y gritándole alguna tontería frente a su cara de memo. Que los políticos nos jodan la vida vale, pero la fiesta y el baile ni tocarlos. Quizás les suene a guión de Azkona dirigido por Berlanga, aunque les hablo de otra cosa, les hablo de como !!! escupían a la cara del alcalde de Nueva York en “Me And Giuliani Down By The School Yard”. Si lo entienden así, como un servidor, entenderán todo lo demás. A estas alturas de texto les habrá quedado ya claro que no tengo ninguna intención de apuntar si este disco es mejor o peor que sus predecesores, y ¿saben por qué? Pues porque “De palmas y cacería” es un paso más en un trayecto hasta ahora inquieto y enriquecedor de una banda que solamente se preocupa de ser ella misma y sin perder la capacidad –tan necesaria, tan escasa- de tomarse seriamente a pitorreo lo que son (uno de nuestros mejores grupos ahora mismo) y lo que representan (la capacidad de reivindicar sus raíces sin preocuparse del qué dirán). Por eso, a nadie va a sorprenderle que echen mano del legado de Beni de Cádiz (“Zambra de Guantánamo”), que vuelvan a homenajear a grandes en lo suyo como Pepe Marchena (ellos mismos soplan que “Guajira de Hawaii” lo es), que se suelten con aires rumberos y cumbieros en ese “El político neoliberal” que marcará ya uno de los grandes momentos de sus conciertos, que cierren su disco con esa suerte de dub post-hardcore que es “El mundo se enfrenta a grandes felinos” o que se pongan irónicamente electrónicos en “Ibitza”.
No se imaginan lo mucho que me alegro de que Pony Bravo no hayan madurado, como bien demuestran estos treinta y nueve minutos de rock andaluz sin fronteras. Se les ve más cafres que nunca en sus textos y con las mismas ansias de experimentar de un grupo de veinteañeros, de empapar cada uno de sus discos de todas aquellas influencias y géneros que les gustan en cada momento, de salpicar su imaginario del mundo que les rodea, rompiendo los márgenes de su música hasta los rincones que más les apetezca. Y sí, como dice los sabios que de esto saben, se parecen a The Doors y a Triana, pero aquí y ahora nos gustan más. Bastante más.
Los putos amos!
No me los tomaba en serio, pero es que me enganchan con cada disco!!!
Siempre los comparan con los Doors y Triana. A mi cada vez se me parecen mas a No Me Pises Que Llevo Chanclas, y para nada lo digo con mala intención.