Tras la marcha del batería Simone Felice parece que el resto de los “hermanos” han decidido mover ficha y apostar por darle nuevos aires a su folk rock grasiento, repleto de imágenes de gran fuerza narrativa dispuestas sobre melodías nacidas en el fondo de un granero. Estamos por tanto ante un disco que asume riesgos y busca ir un par de pasos más allá de su fórmula habitual, pero lo hace no en el sentido experimental de por ejemplo unos Grizzly Bear, que son paradójicamente ordenados en su caos, ni tampoco en el sentido genial de un Tom Waits que maneja a la perfección el lenguaje musical y por eso es capaz de pervertirlo. No van por ahí los tiros.
Lo de los hermanos Felice se basa más en un auténtico anarquismo autodidacta y cafre, que no se somete a reglas porque no sabe de ellas. Es esa libertad auténtica que parte de la inconsciencia la que convierte este disco en algo tan especial como imperfecto. Y es precisamente todas esas carencias, todos esos cabos que quedan sin atar, lo que puede provocar el rechazo del purista, de aquel que mide el rasero de la americana actual en base a Dylan, Young, Stills y Parsons sin aceptar que se puede al menos intentar ir un poquito más lejos. Por eso el disco abre con “Fire At The Pagean” un tema cadencioso con un flow repleto de aristas en el que los coros de unos niños chillan, más que cantan, el estribillo hasta el cambio de ritmo final, afianzando ese juego de retales con el que llevan a la duplicidad algunas de sus canciones. Tras esta, en “Container Ship”, la sombra alargada de Tom Waits se erige en protagonista en un tema de piano y voz más arreglos fantasmales que acaban jugueteando con bases hip hop. No será el único tema del disco que nos recuerde al de Pomona, también “Oliver Stone” es una bella pieza desnuda de piano y voz tan profunda como rota.
Pero si vamos a los grandes momentos del álbum debemos citar “Honda Civic” con sus cambios de ritmo, sus arreglos de viento que apuntalan un estribillo luminoso y funky aunque caótico o esa crítica nada disimulada que es “Ponzi” a todos eso grandes hombre de negocio como Mardoff que se acaban desvelando como sinvergüenzas con las manos muy, pero que muy largas. Un tema que finaliza con un típico subidón electro-pop que primero sorprende, pero luego se deja querer, y que además tiene su continuidad en forma de bases electrónicas en la siguiente “Back In The Dancehalls”. Otro de esos temas que sorprenderán por encontrarse lejos de lo que la banda había ofrecido hasta ahora y en el que los ritmos electrónicos, sincopados y nerviosos se enfrentan a la tonada desesperada y algo desgañitada de un violín. “Dallas” nos devuelve a su cara más clásica, esa en la que arrastran el folk por las polvorientas carreteras de su América rural, pero luego nos vuelven a sorprender con un tema como "Cus’s Catskill Gym" que parece caído del cancionero menos furioso de The Birthday Party.
Tras un par de temas correctos el álbum finaliza con la épica destartalada de un temazo como “River Jordan” que podría alzarse en perfecto estandarte de lo que significa este disco. Un desesperado viaje por la búsqueda de un nuevo horizonte en el que situar una propuesta que quiere romper los patrones más clásicos de la música de raíces en la que se basa. ¿Lo consiguen? Mi opinión es que sí.
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