Antonio Arias de Lagartija Nick hablaba de las fuerzas telúricas que se le han atribuído siempre a este edificio del siglo XVI. Y es cierto que el silencio del Monte Sacro, la noche de luna creciente y los muros de la Abadía aumentaron más si cabe la intriga. Así entre el misterio y la música barroca que sonaba en el claustro a cargo de un trío de vientos, todos los invitados fuimos accediendo por el camino que describía la luz de las velas reflejadas en el cristal verde de las botellas de Alhambra Reserva 1925.
Una vez en el espacio diáfano del refectorio ya todo era más cálido pero respetando esa iluminación ténue que hacía más acogedor un espacio de altos techos. Entre el chin chin de las botellas verdes se abría paso una suerte de encuentro musical entre un violín del XVI y una sesión house del XXI. #ArtePorDescubrir es el leitmotiv de estas fiestas. Tanto el que salía en las bandejas como el que un artista fue plasmando en un lienzo que también venía a representar ese encuentro entre los frescos monacales y los graffiti urbanos. No podía faltar un toque de cartomágia para animar los corrillos que ya se iban formando. Conforme la noche se endulzaba con delicias de convento los huecos se fueron cerrando para dibujar esa imagen de clandestinidad al modo de los cuadros Hooper.
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