La canción “Buda”, un ejercicio llevado en volandas por ritmos de electro-pop, resulta embellecida por la voz de Cristina Martínez, miembro de El Columpio Asesino. Y sin embargo, esa identificación que habitualmente une el nombre de los getxotarras Monos con la banda de Pamplona no tiene por qué ser justa ni marcar el nivel a alcanzar. Monos insinúa caminos válidos por sí mismos.
Así, sin abandonar los sonidos más cercanos a una independencia estatal de la que pueden formar parte sin reparo alguno, y canciones como “Las Palabras” son un claro ejemplo, es cuando derivan por carreteras secundarias cuando entregan ese sabor agridulce que hace el gusto de un disco realmente llamativo. No otra cosa más que un perfecto banderín de enganche es el surrealismo lírico que recorre la médula de una canción como “Mohave”, que entre voladuras mentales va destilando algo más que un dulce ritmo entre lo repetitivo y lo psicodélico. Es ahí, incluidos los encuentros con “Jimi Hendrix en el supermercado”, cuando Monos hacen gala de mayor personalidad, mayor riesgo y suscitan mayor interés. Algo que queda más acentuado cuando un vals arrastrado de corte fronterizo como el de “Tex mex” marca territorios alejados de sus premisas iniciales, sin llegar a abandonar esas influencias que ancladas en los sonidos independientes que marcaron la década de los 90, son capaces de enlazar con el after-punk de la década anterior. La oscura delicadeza de “Mis amigos”, otro de los momentos más destacados del disco, es buen ejemplo, y el cierre con una canción como “Yo La Tengo” es algo más que un simple guiño.
“Estaçao Planetaria”, su primer disco, dejaba vislumbrar varios pasillos tras varias puertas, y “Encore” nos muestra a la banda avanzando por ellos sin dudas aparentes.
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