Bangladesh no es Bilbao; tampoco los setenta tienen nada que ver con el momento actual e incluso, la capital vizcaína difiere con la de hace un año. Esto quiere decir que es indudable que cada tiempo y lugar son originales e irrepetibles per se, pero también que están capacitados para compartir un espíritu común. Ese se supone que es el pensamiento de Jokin Salaverria (foto inferior), factótum de este proyecto consistente en recrear aquel concierto montado por George Harrison junto a Ravi Shankar como ayuda a los refugiados de esa zona asiática. Esta segunda edición, al igual que aquella anterior celebrada prácticamente hace 365 días en el Kafe Antzokia (leer crónica), no podía prescindir del carácter solidario que el original ostentaba, siendo en esta ocasión “La Cuadri del Hospi”, organización concienciada con el cáncer infantil, la receptora de tal apoyo.
Si hace más de cuarenta años el beatle se rodeó de una pléyade de celebridades, citemos solo para causar mareo a Billy Preston, Leon Russell, Jim Keltner, Bob Dylan o Eric Clapton, el bajista getxotarra ha contado para su llamamiento a una no menos descomunal representación del pop-rock vizcaíno. Nombrar a los más de veinticinco involucrados sería un ejercicio algo engorroso, aunque de justicia, pero lo que sería inexcusable es no recalcar su titánica labor, tanto en el ámbito individualizado como el colectivo, para reflejar con emoción y calidad aquello que hace casi ya medio siglo se vivió en el Madison Square Garden de Nueva York.
Fiel a ese espíritu original, no obstante se interpretaría el álbum casi de manera exacta, el inicio del show correspondió a una introducción confeccionada a base de sitar y percusión, con Gorka Huarte y Ander Cisneros en tales menesteres. Un aperitivo reflexivo y espiritual como antesala de lo que estaba por llegar. Tras dicha actuación, asistimos a la entrada en escena de lo que sería la banda “estable” durante la noche, consistente en casi una veintena de músicos, incluyendo coros, teclado y batería por partida doble, bajo y cuatro guitarras. Un conglomerado que siempre resulta complicado controlar y acondicionar pero que en esta ocasión empastó a la perfección, logrando un sonido compacto y compensado.
En una primera parte, en la que predominaría el rock inyectado de sonoridades negras, las guitarras recayeron en nada menos que Dani Merino, Álvaro Segovia, Alfredo Niharra y Gonzalo Portugal. Fue precisamente el primero el que se asomó al micrófono para interpretar la siempre trepidante y majestuosa “Wah-Wah”, en la que ya se observó esa capacidad para aglutinar detalles y matices musicales de manera exquisita. El líder del proyecto Lee Perk cogería el relevo para poner voz a dos composiciones marcados por los ritmos soul-gopsel, como la delicada “My Sweet Lord” y la más agitada, pero íntima, “Awaiting on You All”. Para ese momento los coros ya habían demostrado su valía y aportación, tarea que sin embargo alcanzaría el primer plano al encabezar Sara Íñiguez, escoltada de Inés Goñi, el “That’s the Way God Planned It” y hacer lo propio Saúl Santolaria con “It Don’t Come Easy”. Un primer segmento del concierto al que le podríamos poner la rúbrica tras la interpretación del propio Jokin Salaverria de la más melancólica “Beware of Darkness”. Fue la entrada de Gonzalo Portugal, brillante toda la noche en su labor de guitarra solista, con la genial “While My Guitar Gently Weeps”, a la que imprimió su tono rasgado a la hora de cantar, lo que significó la llegada de la parte más huracanada, coincidiendo con la contagiosa actitud de Miguel Moral (Highlights) para, derrochando pasión, atacar con el infalible “Jumpin’ Jack Flash” a la que encadenó la más cruda “Young Blood”.
Un clásico: tras la tempestad llega la calma. Y ese reposo se fraguó por la inmediación de Josu Aguinaga y Charly Uribe (El Mentón de Fogarty), que de forma acústica y limpia interpretaron la deliciosa “Here Comes The Sun” y la mítica “Blowin’ in the wind”. Una de las sorpresas de la noche, la más llamativa por llegar desde un entorno diferente, fue la presencia de Iñaki Uranga, de Mocedades, que imprimió su elegante y profunda voz para dar forma a un sobrio “Mr. Tambourine Man”. Para completar el “set dylaniano” los integrantes de Fakeband fueron poblando el escenario, encargándose de “It Takes a Lot To Laugh, It Takes a Train to Cry” y una especialmente inspirada “Just Like a Woman”, dejando “A Hard Rain’s A-Gonna Fall” para el hijo pródigo Iñigo Coppel, hasta ese momento encargado de la armónica en temas anteriores y que aquí adoptó ese sugerente perfil de trovador bluesero. El final se aproximaba, y lo hizo con un excelso Iñigo L. Agudo de Quaoar, emocionando con “Something” y haciendo vibrar con la pegadiza “Bangla Desh”.
Tras finiquitar la ejecución del álbum original, la banda regresó para acometer una serie de temas del propio Harrison. Tres ejemplos de su talento creativo como quedó evidenciado por la bucólica y preciosa “Give Me Love (Give Me Peace on Earth)”, la amablemente enérgica “What Is Life” y la emocionante “All Things Must Pass”. Posteriormente solo quedaría recrear de nuevo, esta vez como definitivo adiós plagado de agradecimientos varios, “Wah-Wah”. En ese momento sí, se apagaban las luces de un concierto del que se pueden realizar varias lecturas y todas buenas; la más obvia y principal el espíritu emotivo, bajo la ejecución excelente de un lujoso repertorio, que se creó, y no menos importante, la constatación de la versatilidad y el nivel de una escena vizcaína que corroboró su solvencia. A pesar de desconocer si este evento se convertirá en una tradición navideña, lo vivido el 30 de diciembre del 2016 es uno de esos momentos, por todas sus connotaciones, que pasan por ser irrepetibles.
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