Asombro (y algo de confusión) fue la reacción generalizada ante el anuncio de que Mark Olson –miembro fundador de The Jayhawks y pieza imprescindible en alguno de sus mejores trabajos como “Hollywood Town Hall” (American, 92) y “Tomorrow The Green Grass” (American, 95)– y Rubén Pozo –ex componente de Buenas Noches Rose y los afamados Pereza– iban a realizar una extensa gira conjunta. Un tour que ha aunado dos personalidades artísticas muy diferentes (además de seguidores igualmente dispares) bajo la leyenda “Sorprendente cruce de caminos”, extendido a lo largo de todo el mes de noviembre y que en Salamanca tenía la penúltima de sus trece fechas.
La incertidumbre ante el invento se imponía, por tanto, como principal preámbulo de una velada que comenzó con la actuación del norteamericano acompañado de Ingunn Ringvold, su fiel escudera desde hace años. La dupla alternó temas exclusivamente propios como “Many Colored Kite”, “Running Circles” o “Nerstrand Woods” con alguna joya de The Jayhawks concretada en la ejecución de “Over My Shoulder” y “Pray For Me”. Una selección en la que el intenso aroma a Americana se mezcló con ese componente exótico, místico y ligeramente psicodélico cada vez más presente en la obra del músico. El público, insultantemente joven y casi en su práctica totalidad arrastrado a la sala por el otro nombre del cartel, permaneció expectante sin demasiada efusividad (los cuatro borrachos de turno dando la nota no deberían contar), ante los que fueron los mejores cincuenta minutos de la noche.
Tras ellos llegó el turno de Rubén Pozo, que triunfó sin demasiada complicación ante una audiencia ganada de antemano, con su pop para todos los públicos convenientemente disfrazado tras pose roquera. Fue la consecuencia de versiones desnudas de temas populares como “La Chica de la Curva”, “Entre tú y yo” o “Pegatina”. Un concierto el suyo que, en su último tramo, contó de nuevo con la colaboración de Olson y Ringvold. Así, ya completamente inmersos en el caos derivado de la mezcla de dos maneras antagónicas de entender la música y alternando repertorio sobre las tablas, también sonaron la mítica “Blue” (de nuevo de The Jayhawks) o una “Poison Oleander” extraída de la última entrega en solitario del de Minneapolis.
Una fórmula, en definitiva, que evidenció que existen elementos de compleja conjunción, cuya unión chirría y propicia un desconcierto que en realidad no termina por favorecer a ninguno de los implicados. Y todo a pesar del indudable placer de disfrutar, en una distancia realmente corta, de un mito de la música americana como Mark Olson.
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