Cuando un artista muy famoso se acerca a tocar a una ciudad pequeña como Santander a menudo surgen dudas sobre lo que uno se va a encontrar; al fin y al cabo lo de hacerse una gira por provincias es una cosa como muy de folklóricas en horas bajas. Por fortuna, casos como el de Public Image Ltd. son de los que, más que funcionar como una excepción que confirma la norma, parecen arremeter contra ella hasta desmontarla por completo.
El lanzamiento del más que estimable disco “What the World Needs Now” (2015) ya dio síntomas del buen estado creativo del proyecto personal de John Lydon. Y prácticamente la mitad del repertorio se centró en esas canciones, que encajan perfectamente entre el repaso a temas clásicos de la banda que ocupó la otra mitad. Todo esto lo defendieron con un sonido definido y rotundo como pocas veces se ha escuchado en el Escenario Santander, en el que la apabullante base rítmica y la guitarra abrasiva convirtieron los larguísimos desarrollos instrumentales en una bola de demolición de acero líquido y keroseno en llamas.
Y flotando por encima de todo ello se encontraba un Lydon gordo, viejo, vestido con pantalón de pinzas y chaleco, que ya no escupe sus mocos al público sino que se los limpia con un elegante pañuelo de tela… pero que a pesar de todo continúa siendo la fiera escénica de siempre. Su voz y su capacidad teatral son más propias de un actor en una performance que de un cantante de rock al uso: aúlla, gesticula y despliega su interminable galería de muecas y aspavientos, hasta erigirse en maestro de ceremonias de esta sórdida danza de las cloacas. Un verdadero disco inferno en el que es fácil reconocer la inspiración que El Podrido y sus secuaces han prestado a bandas desde Nine Inch Nails hasta !!!, y desde Big Black hasta LCD Soundsystem. Un baile subterráneo que se desata a través del funk reptante de “Death Disco” y “Order of Death” o el protohouse de “Warrior”; pero sobre todo con el rock, bien a través de la inevitable “This is not a Love Song”, de riffs sutiles e inquietantes como el de “Bettie Page” (robado a sus otrora vilipendiados Pink Floyd), de riffs metálicos y lacerantes como el de “The Body”, o del alivio redentor de “The One” o “Rise”.
Fueron una hora y 45 minutos de post punk sin domesticar, que paradójicamente chocó con algunos detalles de la producción del concierto. Porque no pareció muy punk el desorbitado precio de las entradas y del merchandising. Ni tampoco la actitud de la crew que acompañaba al grupo, celosa durante todo el concierto de reñir al que hiciera cualquier cosa que se apartara de su idea de normalidad; algo innecesario cuando el público apenas completó la mitad del aforo y estaba entregada al disfrute sin agobios y en un ambiente casi familiar. Pero no hay que dramatizar, que esto tampoco le robó a nadie la ilusión. Porque encima del escenario estaban P.i.L. ofreciendo un bolazo memorable, a la altura de su trayectoria. Y, cuando sucede algo así, cualquier pequeña pega se desvanece.
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