Cuando más falta hacía
Conciertos

Cuando más falta hacía

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22-11-2014
Empresa — Pitch03
Sala — Kafe Antzokia, Bilbao
Fotografía — Eneko García Ureta

El Bilboloop llegó cuando más falta hacía. En un momento del año en el que comienzan a vislumbrarse los carteles de los próximos festivales pero sus fechas permanecen aún lejanas, surge en medio de Bilbao una agradable vía de escape. El festival de Bilboloop que este año ha cumplido nada menos que su decimotercera edición ha logrado un año más su objetivo: el de traer a las puertas de casa la mejor de la música con el mejor de los ambientes y el de demostrar que tanto fuera como dentro de nuestras fronteras sigue existiendo gente capaz de sorprender con sus acordes.

Los primeros en saltar al escenario el viernes bordeando las diez de la noche, fueron los locales Bakelite, el duo formado por Sergio Llanos (Atom Rhumba, Eureka 4, Yogur), y Naiara Anasagasti (Paniks). Su alineación minimalista sirvió como aperitivo ideal para lo que vendría más adelante. Su música en directo no sonó tan ecléctica como en un principio se pretendía. Tal vez por influencia de su escasa instrumentación, el directo fue más que impecable pero incapaz de enchufar a un público ansioso de divertirse el viernes noche.

Aunque sin duda Fenster fue el plato que se quedó frío en el festival. Su onirismo y ensoñación musical es evocador y elegante. Su ejecución en directo fue más que correcta y las visuales que se proyectaban al fondo del escenario a cargo de Tixola e Xanela vieron en el concierto de la banda afincada en Berlin una oportunidad de oro para lucirse al máximo. Sin embargo su energía chocó de frente con la del público. Aquellos que esperaban saltar y bailar para celebrar la llegada del fin de semana se vieron perdidos en una serie de episodios oníricos y fantásticos creados al antojo de un grupo amante de los sintetizadores y los coros más etéreos. El Kafe Antzoki de Bilbao que en ese momento se encontraba lleno hasta los bordes, vio como, según avanzaba el concierto, el público se iba retirando en favor de los bares de alrededor a la espera del concierto de Pendentif. No hubo mala música. Simplemente energías diferentes.

Lo de Pendentif (en la foto) ya fue otro mundo. Bordeando la media noche la banda saltó al escenario y todo fue diversión de principio a fin. Su primer y único largo hasta la fecha “Mafia Douce”, supera con creces el hándicap de la barrera idiomática y engancha por su calidez, su positividad y su simpática invitación al baile. La sensación fue la de banda en franco ascenso. Como ver a unos Crystal Fighters frente a los primeros días de su primer álbum o a Metronomy abriéndose camino hacia la cima de la música británica. Pendentif tienen tablas de sobra para conseguir lo que se propongan. El aplauso interminable del público al final de la actuación fue demostración suficiente de que pueden y deben seguir ese camino.

El sábado el festival alcanzó cotas más altas. Había expectación por asistir al que sería el primer concierto de los bilbaínos Unclose. La banda formada por los integrantes de Split77 sorprendió y encantó a partes iguales. Su rock melódico deja rastros de tantas cosas que en cuanto se cree haber captado una referencia musical evidente, la música cambia, evoluciona y poco o nada tiene que ver con lo que uno había creído en un principio. Hay elementos del rock americano más arraigado y guiños a elementos más contemporáneos como podrían ser Muse. Toda una amalgama de acordes y sensaciones cuya mayor decepción fue la de no encontrarse un stand con discos a la venta en la salida del Kafe Antzoki. Llama la atención de ellos que uno de los elementos que les otorga mayor personalidad como es el sonido electrónico del sintetizador prescinda de apoyo humano y se relegue al universo MIDI. Un síntoma de que las bandas locales no construyen su sonido sobre prejuicios y son capaces de rendirse a la tecnología cuando lo creen conveniente.

Aún es pronto para decidir si este romance que el folk y el indie viven en los últimos años será para toda la vida. Lo que está claro es que la pareja a encontrado en We Were Evergreen uno de sus principales abanderados. La formación interactúa con las texturas y las melodías más primaverales para formar composiciones que juegan en todo momento con el ukelele, el xilófono y los arreglos electrónicos como sus principales protagonistas. Los habrá más o menos puristas pero lo que resulta innegable es que la banda parisina entretiene a rabiar y suena lo suficientemente compacta como para pensar que todo es presa del azar. Lejos de permanecer anclada con la dulzura de sus voces como principal argumento, la banda sabe empujar hacia adelante el concierto arrojando elementos electrónicos y sabiendo hacer los suficientes guiños al público como para sentirse integrada. La batucada final con los tres integrantes de la banda llevando el ritmo de la sala sólo con sus baquetas fue la prueba final que hacía falta para que todo el antzoki se rindiera ante una formación a la que afortunadamente aún le queda recorrido.

Y llegaron Say Yes Dog. Vendidos como el secreto mejor guardado del electropop los de La Haya fueron desde luego el mejor fin de festival que se le podía haber dado al Bilboloop. El sonido de la banda es el resultado de quien sabe a la perfección qué es lo que funciona en las pistas de baile y los clubs. Sus argumentos están muy claros y aunque es cierto que los reiteran una vez sin arriesgar más allá, nadie puede reprocharles nada. Son divertidos, enérgicos y lo suficientemente eléctricos como para no sonar estancados. Los conciertos de Bilboloop se cerraron con luces y bailes aunque, para alegría de todos los presentes, aún quedaban muchas horas de fiesta por delante.

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