25 años suele ser una cifra mágica, uno de esos números redondos que tanto gustan de ser celebrados por esta sociedad adicta a las efemérides. Pero hay ocasiones en que esos 25 años son mucho más redondos que de costumbre. Que una tienda de discos resista ese tiempo con las puertas abiertas, mientras una gran mayoría de la sociedad que les rodea considera cada vez más la música como producto de usar y tirar (o al menos, olvidar) y el formato digital el más adecuado para esos despojos, es algo casi milagroso. Pero es el caso de la bilbaína Power Records, uno de esos reductos capaces de vender algo más que sólo discos, incluso más que sólo música: compartir emoción.
Así que si de números redondos hablamos y emoción es lo que tratamos de sentir, que mejor que celebrarlo a lomos de gente que sepa transmitirla. Doug Paisley, el cantautor procedente de Toronto, es alguien tan especial como sus propios anfitriones. Porque tiene esa magia tan difícil de describir que le diferencia del resto. Sus coordenadas se asientan en los orígenes más clásicos de los sonidos más tradicionales, del folk al country con las gotas adecuadas de blues o pop. En este mundo donde la economía reducida es la que impera, es capaz de recorrer en solitario con su guitarra unos escenarios que tantos otros pisan en las mismas condiciones. Y sin embargo, destaca sobre ellos, eres consciente de que no es uno más de esa marabunta de cantautores que hoy en día llaman a la puerta de los pubs. Y más allá de su posible, y parece que real en este caso, bonhomía, e incluso magnetismo personal, ese elemento diferenciador no puede ser otra cosa más que sus canciones. Delicadas odas a pequeños hitos rutinarios de nuestras vidas, a recuerdos que son tan nuestros que nos reconstruyen con su evocación. Abriendo con algo tan sutil como “Song my love can sing” consigue directamente no ya una identificación por parte del oyente, sino silencios rendidos, respetuosos, sentidos y expectantes ante el siguiente retazo de vida a compartir. Que puede ser el dulce country vals de “What I saw” (“viste lo que yo vi?”), el canto a las praderas de su país con acordes de supuesto aroma español de “To & Fro”, la derrotada lucidez de “Learn to lose”, la chica que le vendía los discos en “Radio Girl” o la melodía brutal, deliciosa, arrebatadora de una joya como “What’s up is down”, demostrando que en la desnudez de una canción está su esencia. Pero cuando las viste con la ayuda de una banda como The Parson Red Heads, como hizo con “No one but you” y “End of the day”, no queda otra más que rendirse a la pura evidencia: habrá voz, habrá técnica, pero sobre todo, hay canciones.
Por eso, cuando los americanos The Parson Red Heads comenzaron el country rock lleno de dulces armonías vocales y arropado por guitarras de doce cuerdas de “Peace in the valley”, y se enrocaron en esa pregunta, “… haven’t you seen?...” (¿no habéis visto?), no quedaba otra más que reconocer que la noche ya no apuntaba, sino que confirmaba magia. Evan Way y compañía evocan el clasicismo de las bandas que hicieron del rock mezclado con pop, country y gotas de psicodelia aquí y allá, la marca de calidad de una California soleada y unas melenas y espíritus que quisieron cambiar medio mundo hace ya un buen puñado de décadas. Es casi un viaje a lo que quisimos ser montados en recuerdos a melodías que van del folk al power-pop con la vigencia de lo eterno. Y que se enredan en el regusto psicodélico de “To the sky”, donde trasuntan las armonías de CSN&Y en distorsiones lisérgicas, en el suave rock arrastrado de “Seven years ago” capaz de pasearles por ambientes que hubiera firmado una E Street Band todavía melenuda y saciada de escuchar a los Heartbreakers, el regusto coral a los Beatles de “I was only”, cabalgando los largos desarrollos de “TV Surprise” con casi guiños a Allah-Las o dejando meridianamente claras sus referencias con su lectura del “Mr. Soul” de Buffalo Springfield, que tal vez no alcanzó la fuerza que esa canción lleva dentro. Pero en cualquier caso, nada que no arreglaran terminando con una de sus mejores canciones, “Punctual as usual”, y el power-pop de “Kids hanging out”, antes de despedir noche con su demostración a capela del dominio armónico en el “Surfer Girl” de los Beach Boys.
Más cumpleaños así, por favor.
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