“¿Por qué sonreír cuando hablamos de él? ¿Qué se le debe al tal Salva Rubio?”. Para los ajenos a su figura, cabe decir que encarna lo impensable: que alguien de estas tierras sea el responsable de la escritura del primer libro divulgativo de éxito mundial sobre metal extremo. Metal extremo: 30 años de oscuridad (1981-2011) (Editorial Milenio, 2011) supuso una auténtica revolución; nunca antes un monográfico sobre géneros extremos había tratado con semejante profundidad y rigor una historiografía sistemática basada en el formalismo del estilo, sin tomar partido ni emprender cruzadas fundamentalistas -cosa que por fortuna o por desgracia, viene siendo un clásico en esta clase de escritos.
Su acercamiento en profundidad a esta corriente logró conectar con todo un público que cayó cautivado a las explicaciones del escritor madrileño. Cinco ediciones después, regresa con Metal extremo 2: Crónicas del abismo (2011-2016) (Editorial Milenio, 2016), en el que repasa esta vez a modo de crónica la inmensa cantidad de corrientes surgidas en relación a las sonoridades extremas durante estos últimos años. Hablamos con él sobre esto y otros temas en esta entrevista en profundidad.
Empecemos por el punto controvertido: ¿qué entiendes como metal extremo?
¿Hay realmente punto controvertido en esta cuestión? No creo: lo que yo entiendo por metal extremo es una definición sujeta a crítica, como cualquier teoría en la historia del arte, y lo deseable precisamente es que otras personas tengan la propia para contrastar ideas y opiniones, por ello no lo considero controversia, sino una invitación al debate. A grandes rasgos, para mí el metal extremo es la música, obviamente enraizada en el rock, que surge cuando ciertos elementos y posibilidades del punk y del heavy metal se mezclan utilizando el aporte de Motörhead como catalizador, rechazando facetas como la influencia del blues y potenciando otros comunes, como la agresividad, la velocidad o la brutalidad. Después, durante treinta años, miles de bandas han explorado este sonido creando un curioso “árbol evolutivo” de estilos y subestilos que lo han enriquecido, creando movimientos y escuelas como el death metal, el black metal, folk, industrial, grindcore, goregrind… y un largo etcétera.
¿Qué hay en él que sea digno de estudio? ¿Qué singularidades presenta frente a otros estilos musicales?
Las dos preguntas se responden de forma similar: en primer lugar, es un movimiento musical y cultural vivo, que nuestra generación ha visto nacer y crecer de forma contemporánea, lo que supone una oportunidad única para su estudio; otros estilos, como el rock and roll, el hard rock o el heavy metal, u obviamente incluso el jazz y similares llevan mucho más tiempo desarrollándose, pero por eso mismo, nosotros solo podemos contar ya su historia a posteriori, a partir de fuentes secundarias, libros escritos por otros… pero el metal extremo presenta una ocasión fantástica para presenciarlo y narrarlo según ocurre. Sobre las singularidades que mencionas, por supuesto hay muchísimas, pero merece la pena destacar, por ejemplo, una tensión muy interesante entre los elementos más conservadores que dentro de cada estilo mantienen inamovibles las bases más canónicas, mientras que otros tantos grupos se esfuerzan por romper fronteras y buscar nuevos caminos para la música: esa tensión y la belicosa tierra de nadie entre ellos da frutos exquisitos y que aún darán para analizar y explorar durante muchos años.
¿En qué momento y por qué decides iniciarte en la investigación de este movimiento?
Todo empieza tan pronto como aproximadamente 2003, en que yo estudiaba Historia del Arte y realicé un trabajo académico para mi profesor de Historia de la Música, Luis Gracia Iberni. Él ya me propuso ampliarlo y publicarlo, pero hasta años después, aproximadamente 2009, no recogí el guante; de esa manera nace Metal extremo, que al final saldría publicado en Milenio.
En cuanto al por qué, como historiador siempre me han interesado varias escuelas, pero esta música se presta especialmente bien al formalismo, y siempre me pareció un desafío interesante intentar crear un sistema claro y sencillo de estilos en que poder explicar los aportes y evoluciones de las bandas que lo conforman y ver cómo se desarrollaba y crecía ese “árbol” a través de las décadas.
La primera entrega de tu libro abarcaba un amplio periodo de tiempo: desde los orígenes radicales del estilo hasta el inicio de la década presente ¿Qué es lo que ha sucedido en estos últimos cinco años que haga necesaria la escritura de una segunda parte?
Efectivamente, sitúo el nacimiento del metal extremo en 1981, con el lanzamiento de Welcome To Hell de Venom, y el primer libro cubría hasta el trigésimo aniversario de ese hito. En cuanto a qué ha sucedido en el último lustro, lo primero es que el éxito de ventas del primer libro provocó una apertura del editor a publicar una segunda parte. Mi intención original era hacerlo cada diez años, pero me di cuenta de que, al ritmo que se produce la música, muchos movimientos puntuales, tendencias, escuelas efímeras, etcétera, iban a perderse en ese plazo, por lo que merecía la pena escribir, no ya una historia, sino una crónica de estos años. El número de grupos contenidos (1.728, la mayor parte de ellos nuevos) da fe de que el estilo está muy vivo y se hacen cosas interesantes.
El término “hipsterización”, que ya nos viene sonando a las líneas de Víctor Lenore, sale a colación en tu libro en relación al proceso de hibridación que está atravesando en la actual década el metal extremo. ¿Qué opinión te merecen álbumes como Sunbather de Deafheaven? ¿Crees que “amenazan” a los principios de autenticidad que rigen la ortodoxia ideológica del metal extremo, o que más bien ofrecen una oportunidad de seguir evolucionando?
No he leído el trabajo de Lenore, por lo que no sé si nos referimos a lo mismo. En cualquier caso, más que un proceso de “hibridación”, lo consideraría un cruce estilístico sonoro puntual (hasta que el tiempo demuestre lo contrario), algo que, desde muy pronto, ha sido una de las características del metal extremo: absorbe lo gótico para el doom, lo celta para el folk metal, el garage rock para el death n’ roll, lo industrial, hasta ocasionalmente el jazz… y parte del shoegaze para el black metal. Es un proceso normal y no tiene nada de nuevo, pero por alguna razón esta última tendencia ha creado más polémica en la escena, quizá porque los “shoegazers” han tomado tanto nuestro como nosotros de ellos, y una parte de la escena lo ve más como un robo que como un intercambio. En cualquier caso, esta mezcla seguramente se disuelva con los años como muchas de las otras; o haya llegado para quedarse, ¿quién lo sabe? En términos generales, creo que estos cruces, siempre hablando en términos formales, son interesantes porque muestran al metal extremo como un terreno fértil y flexible para absorber y desarrollar tendencias ajenas, que en ocasiones serán pasajeras y en otras, muy persistentes, pero que aporta savia nueva al árbol e introduce inesperados elementos de caos que aportan a la mezcla y desarrollo de los estilos.
¿Hay una “amenaza” a una “autenticidad”? A un sociólogo, un psicólogo, incluso un antropólogo, le interesan estas cuestiones, pero, como formalista, llega un momento en que soy ajeno a estas polémicas, y todo lo que tenga que ver con la “autenticidad” me resulta indiferente: seguiré con interés el desarrollo de esta tendencia sonora y veré hasta dónde llega y cuál es su legado formal… Poco más. La verdad es que en general, esos “principios de autenticidad” u “ortodoxia ideológica”, me generan poco interés. Existen, sí, y son parte del inevitable zeitgeist, y también reflejan los cambios históricos en la escena, por lo que son significativos: en el prólogo de Metal extremo, Dave Rotten hablaba de los buenos tiempos en que por un lado del cassette tenías a un grupo crossover como DRI y por el otro una banda como Bathory, que en aquella época aún ni tenía etiqueta, o Morbid Angel, y no pasaba nada: todo era “metal”, todo era agresivo, todo se aceptaba. Luego llegaron los tiempos en que grupos como Entombed o Carcass comenzaron a experimentar con su sonido y una parte de la escena, periodistas, fanzines, jamás se lo perdonó, cuando ¡no hacían más que abrir nuevos caminos sonoros y desarrollar su camino como músicos, que es lo que le había llevado a fundar el goregrind o el death sueco old school! Pero ya entonces se ponía en tela de juicio su “autenticidad”.
Aún hoy en día, cuando todo ello debería estar superado, mucha gente parece todavía seleccionar sus escuchas en función de unos prejuicios o necesidad de parecer ante los demás una cosa o la otra; personalmente esas actitudes me generan pereza porque yo solo escucho música: ondas en el aire a las que damos un significado estético de forma maravillosamente artificiosa y en base convenciones sociales. En su día “los malos” fueron Metallica, luego Carcass, luego Cradle Of Filth, luego Machine Head, luego Cryptopsy, ahora Deafheaven: para mí ya es cíclico y anecdótico, y a veces hasta aburrido. ¿Dónde tienen su origen estas opiniones? ¿Quién marca esa supuesta ortodoxia? ¿En los foros, en las redes, en los medios? ¿Quieren influir sobre sus discos, sobre los músicos, sobre la escena, sobre sí mismos? Por lo que a mi respecta, simplemente seguiré escuchando la música, disfrutándola y sacando conclusiones: de dónde viene, a dónde va, a dónde puede que llegue.
En cierto momento presentas el metal extremo como un ismo de la modernidad, o mejor dicho, de la posmodernidad. Me resulta sumamente llamativo el cómo empleas ese término: al igual que el fovismo o el expresionismo, el metal extremo ha sido rechazado contundentemente por una inmensa mayoría de la sociedad. ¿Debe tender el metal extremo a una integración en el grueso de dicha sociedad? ¿Es algo que realmente deba tender a la musealización de géneros como, por ejemplo, el punk, al que se le dedicó una exposición en MACBA recientemente?
Creo que el metal extremo como tal no puede tender a nada, es decir, es un movimiento musical y como tal tiene un cierto sentido caótico: hay literalmente miles de grupos haciendo decenas de miles de discos y es obvio (y afortunado) que es imposible generar un sentido de integración general hacia la sociedad, más aún cuando el metal extremo ha funcionado a parte de esa sociedad y nunca ha tratado de integrarse en ella. Por eso mismo, tampoco creo que la inmensa mayoría de la sociedad haya rechazado el metal extremo, porque no lo conoce. A día de hoy, esa sociedad aún asimila nuestro movimiento como “heavy metal” (cuando si acaso somos, en palabras de Darkthrone, “metal punks”) y nuestra música tiene tan poca presencia social, cultural y mediática que no creo que quepa ese rechazo; cuando al revés, lo que está ocurriendo es que las leyendas más manidas y repetidas, y las estéticas más evidentes (quema de iglesias, asesinatos en Noruega, corpsepaint, etcétera) están pasando al imaginario colectivo como parte de esas “anécdotas del rock” que los periodistas convierten en tópicos eternos, como el Ozzy que “comía” murciélagos o Charles Manson y sus acólitos. No vivimos en los tiempos del PMRC, no hay censura ni “explicit lyrics”, no hay una cruzada paterna contra nuestra música, no se requisan ni se queman nuestros discos. Si alguien desacostumbrado oye nuestra música, por supuesto que le causa rechazo en un primer momento, pero le pasaría lo mismo oyendo free jazz o noise electrónico. No creo que haya tanto rechazo, en suma, como ignorancia, que seguramente es peor. En cuanto a la musealización, ocurrirá en cualquier caso, como cualquier movimiento cultural aparentemente ignoto que la crítica externa detecte y quiera descubrir para las “masas”, desde el pixel art, al glitch, el videojuego de autor o dentro de seguramente no tanto, el retrowave. Es algo inevitable, y como tal, pienso que lo mejor que podría ocurrir es que dicha llegada a los museos al menos tenga lugar por parte de miembros de la escena, gente que haya vivido de forma personal el nacimiento y crecimiento de esta música y no a través de los advenedizos y artistas llegados deslumbrados que quieran reinventar por enésima vez el black metal para el arte. Un ejemplo en el que participé personalmente en el CCCB (precisamente a la vuelta de la esquina del MACBA) fue "Metal·lurgies" organizado por Mery Cuesta y Joan S. Luna y contó con la participación, entre otros, de Maud The Moth, Aitor Saraiba y yo mismo: al vivirlo desde dentro, al menos puedo confirmar que se hizo con el máximo respeto y ganas de hibridar el metal extremo con el arte contemporáneo, el videoarte, lo literario, la performance… equilibrando experimentación con esencia. Si lo conseguimos o no, solo los asistentes lo pueden decir, pero lo hicimos “desde dentro”.
“[…] El metal extremo, en mi opinión, el último de los estilos de música popular (junto a la electrónica) que tiene algo nuevo que decir en los años venideros.”. ¿Qué evidencias te llevan a esta conclusión?
Como dice la cita, es una opinión, por lo que no hay evidencias al respecto. O quizá, las contenidas en el estudio de más de mil páginas de grupos y estilos. Simplemente pienso que hay estilos musicales que, una vez unidos a una estética, se quedan congelados en el tiempo y dejan de evolucionar, porque alterar su forma puede ser visto como un pecado, hasta que la hibridación y la heterodoxia les reaviva, como por ejemplo ocurre con el electroswing. Estilos como el new age, el reggae o el rockabilly, y cada vez más el heavy metal tradicional, se han quedado mayoritariamente en una estética y unos sonidos que solo tratan de rendir pleitesía a los héroes y modos canónicos del género, y menos mal que siempre hay heterodoxos que rompen esquemas y los mantienen vivos y con algo nuevo que decir, más allá de reinterpretar el pasado de forma romántica y gastada, porque entonces solo serían una vía para la nostalgia.
Pienso, acertadamente o no, que el metal extremo y la electrónica, pese a que tienen una cierta estética asociada, se han mantenido abiertos a nuevas influencias tanto visuales como musicales, y sus lados más progresistas muestran un desapego hacia sus propias fronteras que aún podremos encontrar sorpresas y sin duda, se abrirán a nuevos universos musicales y sonoros, a los que otros estilos más lastrados por la tradición (como ciertos tipos de jazz, tristemente) parece que han de permanecer cerrados.
Algo que siempre me ha sorprendido de tu labor es tu incansable afán por descubrir los entresijos de esta corriente, grupo por grupo, palmo a palmo. En este sentido, ¿te has encontrado con alguna sorpresa durante la realización de esta segunda parte? ¿Hay alguna banda que haya logrado romper tus esquemas?
Siguiendo con el discurso anterior, siempre hay interesantes sorpresas, en cuanto a bandas que, de forma radical o en un pequeño matiz, introducen aquello que nadie ha hecho antes, y que a aquellos que buscamos lo diferente y lo que no ha hecho nadie, nos resulta tan placentero como a un enólogo descubrir una botella magnífica de una añada que se creía agotada: el vino, la uva, la bodega, serán los mismos, pero en los matices está el disfrute.
En este sentido, y por citar solo algunos ejemplos, me sorprendieron mucho los mexicanos Acrania, banda de death metal técnico del DF en la línea de Death o Cynic que introducen una influencia decidida de música latina en su música, congas y trompetas incluidas; algo que nunca creí que pudiera funcionar tan bien. O en España, un grupo como Carnero, que a mi entender, son los primeros que unen los orígenes del black metal con la tradición punk de bandas estatales como Eskorbuto, algo que suena tan básico y rudo como pueda imaginarse, y conceptualmente es un acierto solo para connoiseurs. Por citar alguno más, de Arizona podemos destacar a Kardashev, una banda tan brutal como atmosférica, y de las pocas, en mi opinión, que ha logrado llevar la influencia del shoegaze al death metal, algo que a priori parecía difícil. Y luego hay grupos como los clásicos Gorguts, que con su Pleiades’ Dust han logrado una extraordinaria obra maestra: un tema de treinta y tres minutos en el que las disonancias y la complejidad de la composición ha roto cualquier frontera en términos de ambición y de sonido, y eso que solo están dando los primeros pasos en esa dirección. Y podría seguir durante mil páginas más…
Con la perspectiva que te brindan los cinco años que te separan del lanzamiento de la primera parte, ¿cómo interpretas el éxito de ventas de tu debut monográfico?
Simplemente puedo valorarlo en términos de agradecimiento: fue mi primer libro publicado, trabajé mucho en él y siempre quise que pudiese ser tanto una guía para recién llegados, como que sirviese para fijar una época inolvidable en la vida de los veteranos. Cinco ediciones después, estaré contento si lo he conseguido.
¿Qué imaginas de un tercer episodio de Metal extremo?
Afortunadamente, ahora no soy capaz de imaginar nada, como no lo era tres meses después de terminar la primera parte Metal extremo”. Entonces creí que lo había dicho todo y que harían falta al menos diez años para poder seguir contando esta historia, pero la evolución de nuestra música afortunadamente demostró que estaba equivocado. Tan solo espero cinco años de buena música por delante y a ver qué nos deparará, si llega, la próxima entrega.
Independientemente de tu labor casi musicológica, eres guionista. ¿En qué estás trabajando ahora mismo?]
Efectivamente, además de ensayo, escribo ficción y no ficción en varios formatos. En 2017 se estrena mi primera película de animación como co-guionista (Deep), en marzo se publica mi primera novela gráfica (junto al dibujante Ricard Efa) y a final de año la segunda, con Pedro J. Colombo a los pinceles; también acabo de empezar a trabajar en dos más. Publicaré en Estados Unidos un ensayo sobre guión de cine en abril y estoy en medio de la redacción de mi siguiente novela. Y quien sabe, quizá antes de lo esperado haya un nuevo libro sobre música…
Quien quiera saber más, puede seguirme en redes o en mi web: www.salvarubio.info ¡Gracias!
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.