La relación del Reino Unido con el resto de Europa puede ser ajena y suscitar indiferencia a un buen número de nuestros congéneres más cercanos, pero si tenemos en cuenta el papel preeminente de la cultura británica en el relato de la música pop y rock del último medio siglo, no queda más remedio que asignarle al asunto su importancia, que no es poca. Este jueves, los ciudadanos británicos están llamados a decidir en las urnas si quieren seguir formando parte de la Unión Europea o prefieren volver a aquellos tiempos de autarquía, anteriores a 1973, en los que se sobraban y bastaban sin necesidad de adscribirse a una instancia administrativa superior. Y sobre el papel revolotean una serie de cuestiones que dibujan un panorama incierto y repleto de nubarrones, en el caso de que los partidarios del Brexit acaben siendo más que los del Remain, algo que en este momento está siendo puesto en duda de forma más tajante por el efecto distorsionador del reciente asesinato de la diputada laborista Jo Cox: ¿Se incrementarán las trabas para que los músicos del Reino Unido puedan seguir dando actuaciones en el resto del continente? ¿Se les obligará a firmar un contrato de trabajo? ¿Se encarecerán sus discos en países como el nuestro? ¿Disminuirá el poder del viejo imperio como principal exportador mundial de talentos pop? ¿Veremos mermar el incesante flujo de turistas británicos que cada año se acercan en masa a eventos como el FIB, el Primavera Sound o el Sónar?
Respecto a esa relación de dos carriles, la que hermana a bandas y publico británicos con nuestra escena, y que al mismo tiempo lleva a muchos españoles a frecuentar los recintos de conciertos del Reino Unido y a comprar sus discos, hay unos cuantos datos que avalan el supuesto quebranto que un triunfo del Brexit podría acarrear: según la BPI (British Phonographic Industry), España es el sexto país que más música británica compró en 2015, recabando nade menos que un 12% de sus ventas totales en el exterior. Según la plataforma de venta de entradas Ticketbis, los españoles son los extranjeros que más entradas han comprado para asistir a conciertos en el Reino Unido en lo que llevamos de 2016. Tampoco es de extrañar, con algunos de estos datos en la mano y con los interrogantes que se abren en caso de que la desafección por Europa se plasme el jueves en las urnas, que la plana mayor de la industria musical inglesa sea abrumadoramente proclive a la permanencia en la Unión Europea. O que España esté a la cabeza de estados que mayor oposición esgrime al Brexit. De hecho, hasta se llegó a cancelar un festival, el BPop Live, que se iba a celebrar el pasado domingo en Birmingham, cuando muchos de quienes iban a participar -al menos en un principio- fueron advertidos de que la cita tenía un claro sesgo en pro de la salida de la Unión.
Las posibles consecuencias, en cualquier caso, no son fáciles de cifrar. “Nadie sabe porque nadie ha preparado nada para el caso de que salga la opción del Brexit, pero si ocurriera me parecería lógico que se pusieran trabas a los músicos británicos para circular por Europa, y viceversa”, nos comenta Mark Kitcatt, veterano de largo recorrido en esta industria: trabajó durante cinco años en Rough Trade, en Londres, y vive en España desde 1990, tiempo durante el cual ha regentado la distribuidora Popstock y ha sido presidente y tesorero de la UFI (Unión Fonográfica Independiente). Hay quien dice que las trabas administrativas, plasmadas en la obligatoriedad de ciertos permisos de trabajo, no afectarán a las grandes estrellas pero podrían ser letales para los músicos minoritarios. Kitcatt está de acuerdo: “Probablemente afecten, sobre todo, a los grupos en desarrollo, porque la base del argumento británico contra la UE es la libre circulación de personas, y este argumento es cada vez más abierto en estos últimos días, y el resto de la UE lógicamente no lo va a hacer fácil para los británicos”. ¿Estaríamos ante una contracción inevitable del mercado británico? “Por supuesto, e imposibilitará la vida a esos artistas, y eso que la contribución al PIB del Reino Unido de las artes escénicas no es moco de pavo”, remata.
Emergiendo como un correlato musical de la desigualdad creciente que ya afecta a nutridas capas de la población (española, europea o estrictamente británica), o incluso como un pronunciamiento más acusado de esa brecha que se abre, en términos estrictamente musicales, entre los grandes nombres que tienen asegurada su presencia en cualquier festival y esa clase media en peligro de extinción, la cima corre el riesgo de ahondarse, y no parece que sea precisamente un mito. “Lo único que puede beneficiarse del posible Brexit es la radiofórmula, se abriría la brecha aún más entre grupos independientes o noveles y los de las majors”, argumenta el norteamericano (es natural de Ohio, aunque reside desde hace años en Madrid) Robbie K. Jones, actual vicepresidente de la UFI, jefe del sello Mondegreen Records e incluso músico al frente de su banda, Track Dogs. “Es tan difícil entrar en los EEUU, por ejemplo, que solo he llevado un grupo allí una vez en los últimos diez años: imagina que pasara algo semejante con Gran Bretaña”, ejemplifica. Y más que incurrir en el alarmismo, cree que el análisis es realista, porque lo ha podido deducir de su propia experiencia: “Yo que soy estadounidense ya tengo lío para trabajar allí – ¡y mi mujer es inglesa! – Solo puedo imaginar que lo mismo ocurriría para los europeos también. También si se realiza una gran diferencia entre el euro y la libra habrá cada vez mas dificultad para abarcar los gastos de gira”, afirma.
En un reciente artículo publicado en el diario El País, el veterano periodista Diego A. Manrique muestra menos menos consternación, ya que considera que el flujo musical con el Reino Unido opera en un único sentido (de allí hacia afuera, y no al revés), y que su preeminencia como potencia musical se vería preservada gracias a “los gigantes de Internet”. Robbie K. Jones no comparte el diagnóstico sobre las ventas, o al menos concede más importancia a las copias físicas: “Yo creo que el Brexit sería la muerte de los CDs británicos en España. De repente podrían estar relegados a la sección de importación por los precios que pueden producirse. España es el extremo del charco que se seca primero con respecto a las ventas físicas”. En lo que sí coincide Manrique es en el más que probable incremento de las tasas aduaneras o los permisos de trabajo. Un problema que Mark Kitcatt lleva más allá, cuando le consultamos si afectaría también al público: “No sé si volveremos a las tasas sobre exportación, en todo caso el disco físico pierde peso en la Unión Europea y muchas compañías británicas fabrican en otros países de la UE, y sobre la asistencia de españoles a conciertos en Londres.... hombre, la preocupación de los brexiteros es cortar la inmigración, y mucha de la inmigración es española, con lo que si hay menos españoles trabajando en Gran Bretaña, irán menos españoles ahí a ver a sus amigos”, puntualiza.
En sentido contrario, pudiera ocurrir que la estampa de un FIB o un Primavera Sound atestados de británicos se convirtiera en un asunto del pasado, aunque hasta ahora nos pareciera impensable: “La libra seguramente perderá valor contra el euro y vendrán menos guiris a los festivales españoles, y finalmente la economía británica inevitablemente se va a contraer de forma significativa al menos durante un lustro, y por ello también, no estarán cogiendo vuelos para ir al Primavera o al FIB, porque no tendrán el mismo poder adquisitivo”, resume Mark Kitcatt, quien añade el importante matiz, cuando le consultamos si el rol británico como exportador primordial de música pop podría verse amenazado, de recalcar que “parece que esté mal visto hablar de la importancia del dinero en la cultura, sobre todo aquí en España, pero será una lacra, sí, porque te reduce tu capacidad creativa”.
Alesha Dixon, Stigma, Sister Sledge o Alexander O'Neal son algunos de los músicos que se negaron a participar en el festival BPop de Birmingham, que pretendía hacer campaña por el Brexit. Y salvo alguna puntual excepción, el gremio de la industria musical británica rema en la misma dirección: la de la permanencia en la Unión Europea. De pies juntillas. Hasta Richard Branson (artífice del emporio Virgin) ha hecho público su apoyo al Remain en las última horas. Teniendo en cuenta ese factor que se está repitiendo tanto estos días, que los partidarios de la permanencia esgrimen motivaciones económicas y los que abogan por la salida se decantan por impulsos más emocionales, ¿se combinan ambas pulsiones en el deseo mayoritario de músicos, disqueros y promotores británicos, o prima también el vector económico?
Si nos atenemos a la explicación de Robbie K. Jones, podría decirse que más bien impera lo segundo, la misma aspiración práctica que en cualquier otro defensor del Remain: “Los pro-Brexit confunden nacionalismo con patriotismo: el asesinato de la diputada Jo Cox a manos de un hombre con afiliaciones neonazis demuestra el problema mas grave, que normalmente se manifiesta en tendencias sociales como la popularidad del partido UKIP, que acaba de presentar un cartel de campaña criticado por ser claramente racista”, afirma. El peso que el asesinato pueda tener finalmente en las urnas no es desdeñable, porque “es imposible separar de la actualidad política un acto tan específico una semana antes del referéndum, y aquí sabemos los posibles efectos de un acto violento antes de unas elecciones”, rubrica. En todo caso, la prosperidad económica del músico es la que quedaría más en entredicho: “Creo que nuestro gremio suele estar a favor de la unidad y no al contrario: de momento, un no europeo puede pagar 450 libras para un visado. Solo puedo imaginar en el corto plazo que algo parecido y recíproco pase si Reino Unido sale, y no conozco a nadie del gremio que esté a favor del Brexit, ni aquí ni allí, ni de cualquier sector si tiene una empresa pequeña que trate con Europa”.
Mark Kitcatt amplía las motivaciones a cuestiones también culturales, más allá de la frialdad de los números: “Yo diría que los músicos, en general, viajan mucho por vocación y carecen de ese irracional miedo a la cultura extranjera o ajena que mueve a la gente a votar por el Brexit”, dice. El apoyo ferviente de Nigel Farage y su UKIP no parece tampoco la mejor arma de seducción, precisamente, para convencer a los escépticos: “Los políticos alineados con el Brexit en general no son atractivos a gente joven o mas abierta de filosofía, y ten en cuenta que de cierta manera los que trabajamos en la música hemos estado entre los primeros en ser expuestos a la globalización tecnológica y hemos tenido que abrazarla”, resume. La identificación entre las bondades de la salida de Europa y la presión migratoria no es tampoco un factor baladí en la inclinación acaparadoramente proeuropea que se dibuja en la industria musical: “Hay un regusto anti-inmigración y casi racista en las alas mas extremas del movimiento Brexit (como en todos los movimientos nacionalistas), lo cual lo hace poco atractivo a músicos modernos cuya razón de ser e inspiración son el mestizaje”.
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