En la ciudad del Titanic…y de Van Morrison
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En la ciudad del Titanic…y de Van Morrison

José Carlos Peña — 24-11-2014
Fotografía — José Carlos Peña

Viajamos a Sound of Belfast, que mantiene vivo el vibrante legado musical de la capital de Irlanda del Norte

La capital del Ulster es la prueba de que el futuro no está escrito. Desgarrada durante tres décadas por el conflicto entre Republicanos (partidarios de la unificación de toda la isla de Irlanda) y Unionistas (leales al Reino Unido), Belfast ha renacido tras la consolidación del proceso de paz iniciado en 1998, gracias al cual que ambas partes comparten el gobierno autonómico. Liberada de la violencia sectaria -lo cual no quiere decir que la tensión haya desaparecido-, uno siente la energía y alegría de vivir en las calles de una ciudad que vivió un infierno en los 70 y 80, cuando los coches bomba del IRA y las represalias no menos indiscriminadas de sus enemigos protestantes rivalizaban en salvajismo, mientras el ejército británico patrullaba.

Belfast es hoy una compacta, joven y dinámica ciudad victoriana de 270.000 habitantes con numerosos restaurantes de excelente comida y espléndidos pubs como los históricos The Crown o The Duke of York-. Albergó hasta las primeras décadas del siglo XX una potente industria del lino y los astilleros más grandes del mundo; naturalmente, donde cientos de trabajadores de la compañía Harland and Wolff construyeron el Titanic. Aquel glorioso pasado industrial sigue presente en los antiguos almacenes de ladrillo rojo salpicados entre edificios de acero y cristal como el nuevo Victoria Square Shopping Centre, desde cuya cúpula se dominan las calles hasta la colina popularmente conocida como Napoleon´s Nose, aunque hace tiempo que las industrias se deslocalizaron. Los laboriosos habitantes de la ciudad se han reinventado hacia el turismo y la industria cinematográfica. Sin olvidar, por supuesto, su riquísimo legado musical, al cual nos acercaremos durante tres días y una tarde. “Alternative Ulster”, demandaban Stiff Little Fingers en el imprescindible “Inflammable Material” de 1979. Pues ya está aquí.

Titanic Belfast y “Juego de tronos”

Aterrizamos en Dublín y nos llevan en coche hasta Belfast (a 170 kilómetros). Llueve a mares -aunque el tiempo nos respetará bastante en los días posteriores-. Comemos en un pub con chimenea en la deliciosa localidad de Hillsborough, con claro sabor dieciochesco, en cuyo castillo reside la Reina cuando visita Irlanda del Norte.

La primera mañana en la ciudad, además de entrar dentro del imponente City Hall (ayuntamiento) de 1906 y pasear por las calles estrechas del agradable Cathedral Quarter -en los 70, "territorio comanche", como diría Pérez-Reverte-, con sus coloristas murales dedicados a las glorias musicales de la ciudad (en lugar de gente encapuchada con metralletas), cruzamos el Lagan para visitar el imponente museo del Titanic.



Titanic Belfast

Inaugurado en 2012, Titanic Belfast costó casi 80 millones de libras y, al estilo del Guggenheim de Bilbao -su exterior anguloso y metálico recuerda al edificio de Gehry-, ha atraído ya a casi dos millones de turistas de todo el mundo, ávidos por conocer la dramática historia del primer y único viaje del gigantesco trasantlántico en abril de 1912, en el mismo lugar donde se construyó. Impresionan el viaje virtual de la sala de máquinas al puente, la vagoneta a bordo de la que vemos y oímos el trabajo de los remachadores en las tripas del gigante de acero, y la visión virtual del pecio, que descansa a 3.800 metros de profundidad en el Atlántico Norte.

Además del turismo alrededor de Titanic Belfast y otras atracciones de la provincia como el impresionante paisaje volcánico costero de The Giant´s Causeway -Patrimonio de la Humanidad-, el cine es otra pata de la nueva pujante economía norirlandesa. La culpa la tiene el éxito arrollador de la serie de HBO “Juego de tronos”, gran parte de cuyo metraje se rueda en los Titanic Studios -a unos metros del museo- y en otras localizaciones de los verdes alrededores. Hoy, los fanáticos de la serie recorren los lugares del rodaje en tours guiados.

Y de la música, por supuesto

Cierto, Belfast no puede entenderse sin la sombra que proyecta la quilla del enorme buque…ni las intrigas de la saga de George R.R. Martin. Pero el corazón de esta ciudad obrera, su alma, desde hace décadas, es la música. En los peores momentos de The Troubles (como allí se califica, eufemísticamente, el conflicto), las canciones sirvieron para hacer irrelevantes, al menos por unas horas, las diferencias religiosas y políticas de dos comunidades que parecían irreconciliables. Y si uno lo piensa, por mucho que el entusiasmo de los lugareños hacia sus músicos pueda parecer exagerado, semejante densidad de talento apabulla: de la trágica estrella de la canción Ruby Murray al gigante del r'n'b y el soul Van Morrison, los héroes del punk The Undertones y Stiff Little Fingers, la hoy olvidada banda de los 80 The Starjets, el guitarrista Gary Moore, el trío de punk metalero Therapy?, la banda de power-pop Ash -cuyo cantante Tim Wheeler acaba de lanzar su disco en solitario “Lost Domain”, dedicado a su padre muerto de alzheimer-, Neil Hannon de The Divine Comedy -oriundo de la segunda ciudad, Derry- el músico de paisajes electrónicos David Holmes, las megaestrellas del indie Snow Patrol y su más reciente valor, el magnífico cantante de folk alternativo Robyn G. Shiels.




Robyn G. Shiels

Belfast está hermanada con Nashville, la meca del country. Y a lo largo y ancho de la ciudad, placas conmemorativas recuerdan los hitos musicales de todas las décadas. De la primera actuación de Van Morrison con Them en el desaparecido hotel Maritime, hasta el pub donde Snow Patrol dieron su primer bolo para 30 personas en 1998: Duke of York, en el corazón del Cathedral Quarter.

Cuidando el talento local

Con el programa Sound of Belfast, celebrado entre el 7 y el 15 de noviembre, las autoridades locales, asociadas con el Oh Yeah Music Centre, organizaron diversas actividades, conferencias, mercadillos y reuniones en toda la ciudad para promocionar y reivindicar el talento autóctono. “Oh Yeah” hace obvia referencia a la canción de Ash de su álbum “1977” pero tiene el doble sentido de transmitir lo positivo frente a tantos años de negatividad. Emplazado en un antiguo almacén de Whisky del Cathedral Quarter, el Oh Yeah Music Centre, creado por iniciativa de Tim Wheeler y Gary Lightbody de Snow Patrol, el local alberga uno de los tres Start Together Studios, locales de ensayo asequibles y una sala de conciertos.




Oh Yeah Music Centre

Durante los días del evento, una exposición mostraba diversos objetos
relacionados con la rica Historia musical de Belfast, como una Gibson
Les Paul de Gary Moore, carteles y todo tipo de memorabilia de
los frenéticos años del punk (¡imaginemos lo que era Belfast en 1979!).
Ya en la tarde del jueves habíamos podido escuchar en el local a algunos
jóvenes de la escena local; y al día siguiente, tendría lugar en el
centro de arte MAC la edición local de The Big Music Project, con
el que jóvenes músicos de entre 14 y 24 años buscaban llegar a la final
que tendrá lugar en Londres. Nivelazo de los chavales en una iniciativa
que acerca a los nuevos músicos a una industria todavía potente en
Reino Unido




The Big Music Project

Ulster Hall: Donde empezó todo
Empezamos el sábado visitando el St George´s Market, bonito mercado de productos locales, uno de los más pintorescos de Reino Unido. A continuación, nos embarcamos en el Oh Yeah Music Tour, en el que el músico Paul Kane nos lleva a algunos de los lugares emblemáticos en la Historia musical de Belfast, empezando por el Ulster Hall, epicentro de la tradición musical de Belfast. Inaugurado en 1862, se concibió para hacerlo asequible a las clases trabajadoras que se dejaban el alma en los almacenes de lino o los astilleros. Y así fue durante décadas. En 1942 se convirtió en sala de baile de las tropas americanas, que bailaron tan duro, que lo reventaron -fue rápidamente reemplazado por los propios mandos estadounidenses, que lo consideraban, con buen juicio, esencial para mantener la moral-. No se puede menospreciar la influencia musical de los más de 350.000 soldados que pasaron por la ciudad.




Ulster Hall

Beneficiándose de su excelente acústica, el Ulster Hall ha albergado miles de conciertos -Stones incluidos-, de entre los cuales destaca uno, celebrado en abril de 1971, justo en el peor momento del conflicto: la primera vez que Led Zeppelin interpretaron en un escenario “Stairway To Heaven”. Los norirlandeses no acabaron de pillar la parte folk, por cierto. En 1977, las autoridades suspendieron el concierto de The Clash poco antes de su comienzo, provocando serios altercados entre la muchachada. Hoy, en el majestuoso recinto se celebran todo tipo de eventos, incluyendo el festival de la cerveza y la sidra o… combates de boxeo.

Otro garito legendario por el que pasamos es The Limelight, que desde su apertura en 1984 ha albergado conciertos de todos los géneros. En los 90 tocaron desde el malogrado Jeff Buckley hasta Oasis, estos justo antes de alcanzar el número 1 con “Definitely Maybe”. Reformado recientemente, en su localización existen hoy dos salas medianas (The Limelight 1 y 2) y dos bares.

El tour también reivindica la memoria de Ruby Murray. Pasamos por su bullicioso barrio natal, donde hay murales dedicados a esta pelirroja de vida trágica, que apenas vio un centavo de su trabajo pese a vender millones de discos, sobre todo en Reino Unido y Estados Unidos, rivalizando en los 50 con Elvis. Otro de los lugares míticos es el solar donde estaba el Maritime Hotel, donde Them y Van Morrison debutaron en 1964, dejando atónito a Dick Rowe, de Decca, que firmaría con ellos poco después. Kane nos desvela otra curiosidad: Kate Bush se inspiró en los tambores de una marcha Orangista (protestante) para el ritmo marcial de “Running Up That Hill”.

Tras los pasos de la leyenda

De todo el talento musical que ha emergido de la capital de Irlanda del Norte, Van Morrison está en la cúspide. Puede que ningún lugareño sepa exactamente dónde vive Ivan -así, por su nombre completo, le llama un taxista de la ciudad que subraya su carácter esquivo-, y que su obsesión por la privacidad sea calificada de misantropía por algunos, pero el enigmático "León de Belfast" es una leyenda viva que recibe un respeto reverencial, sólo comparable al que se ha ganado el tristemente fallecido guitarrista Gary Moore. Tanto es así que desde el pasado verano un tour especial supervisado por el propio músico, “Mystic of The East: The Van Morrison Trail”, conduce a los aficionados por algunos de los lugares fundamentales en su humilde infancia en East Belfast: del colegio Elmgrove Primary School, a su casa natal en el 125 de Hyndford Street, calle donde se ganaba unas libras limpiando cristales, o su instituto -que acaba de ser cerrado-, detrás del precioso parque de Orangefield…




Hyndford Street

Nuestra guía va explicando cada localización poniendo las canciones que se refieren a ellas en un pequeño altavoz. Tour delicioso por parajes bucólicos, que concluye con una degustación de pasteles locales; en el hoy inexistente Davey´s Chipper, Van y sus colegas degustaban delicias locales como los snowballs o las whagon wheels. Bonito detalle.

La intensa jornada del sábado concluye en el Mandela Hall, situado en el barrio universitario, el Queen´s Quarter. Allí, Robyn G. Shiels, que interpretó con una guitarra acústica algunas de sus canciones, recibió el premio al mejor álbum del año en Irlanda del Norte por su magnífico “The Blood Of The Innocents”. Como clímax, una entusiasmada parroquia recibió a Therapy?, que recogieron el Oh Yeah Legend Award tocando de arriba abajo, muy engrasados, su mítico “Troublegum” de 1994. Se respira respeto, orgullo y sentimiento comunitario.

La Historia más dolorosa

La mañana del domingo la dedicamos a visitar el Ulster´s Museum, también situado en el Queen´s Quarter. Entre lo más interesante, las explicaciones sobre The Troubles -el terrible conflicto que dividió la ciudad entre 1968 y 1998 y que causó más de 3.000 muertos- y los restos del galeón español Girona, hundido frente a las costas de Irlanda en 1588 con la mitad de la Armada Invencible. A destacar, un pendiente con una maravillosa salamandra de oro y rubíes que supuestamente ahuyentaba el fuego (¡pero no las tormentas!), y un anillo con un corazón en una mano y la emotiva inscripción “No tengo mas que dar te”). También visitamos el bonito Jardín Botánico y el campus de la universidad, a dos pasos del museo.

El padrino del punk norirlandés

En la tarde del domingo, la guinda de nuestro periplo: nos encontramos con Terri Hooley en carne y hueso. El hombre que descubrió a The Undertones -grupo favorito del legendario John Peel, que radiaría dos veces seguidas la mítica “Teenage Kicks”, hecho insólito en la BBC-, fundador del sello Good Vibrations, dueño del desaparecido The Harp Bar -en cuyo escenario se subieron entre otros Rudi, The Outcasts o The Undertones de 1978 a 1982-, y todavía propietario de una tienda de discos del mismo nombre en North Street. Todo un personaje. Su figura ha dado hasta para hacer una película (“Good Vibrations”), en la que, un poco al estilo de lo que hizo “24 Hour Party People”, se cuenta su historia en esos locos -y también difíciles- años del punk. El conocido como “padrino del punk”, mentor de los grandes grupos de la ciudad, pincha su música favorita en un bar del centro -Voodoo-, tiene un ojo de cristal que suele extraviar entre fiesta y fiesta, y ha vivido con toda la intensidad que se puede vivir en Belfast, que ya es decir. Su filosofía insobornable le ha llevado a estar en la diana de Unionistas y Republicanos durante años, lo cual tiene su mérito. Hooley, que tiene miles de anécdotas en la memoria, conoció a Bob Dylan en su visita a la ciudad en los 60. Fue hasta su hotel (también demolido) buscando su complicidad con las protestas contra la guerra de Vietnam, pero se encontró con los gruñidos del norteamericano, que le despachó con un amable “I´m not a protest singer” ("no soy un cantautor de canción protesta") y el “Fuck off” ("vete a la mierda") de rigor. Nunca más volvió a verle.




Terri Hooley frente a un mural de John Peel

Rumbo al Cathedral Quarter y dejando a un lado lo que fue un bar donde curró el mismísimo Sting, Hooley nos explica que llegó a haber varias decenas de tiendas de discos en la ciudad: Literalmente en todos los barrios. Él frecuentaba la que había frente al omnipresente City Hall, junto a la venerable Linen Hall Library de 1788, donde en los años 50 se reunía la juventud ociosa, aquellos Teddy Boys. En los difíciles años 70, cuando las tropas británicas registraban a todos los que querían entrar en el centro, uno de los pasatiempos favoritos familiares para el sábado era ir a escuchar y comprar vinilos. Hoy, quitando el HMV de rigor y la mítica última reencarnación de Good Vibrations, no queda ninguna.

Cenando con música en directo

Fin del viaje. Por la tarde cenamos en el Berts Jazz Bar & Restaurant, mientras escuchamos a un pianista y una cantante interpretando clásicos de los años 30, 40 y 50: la música en directo es omnipresente por aquí. Respecto a la comida, de un tiempo a esta parte, los británicos han empezado a comer mejor que bien. Practican una gastronomía internacional con toques locales en la que se combinan de forma audaz ingredientes muy diversos, pero que funciona: de la versión actualizada del Irish Stew (el estofado tradicional) a espaguetis negros con chorizo, gambas y alcaparras, mejillones con salsas suculentas, hígado de cordero acompañado por el tradicional champ (puré de patatas con cebolleta, las patatas son estupendas en toda Irlanda)… todo lo que comimos fue excelente -sublime, si hablamos de los postres: pastel de arroz, tarta de manzana...-.
 
En el taxi hacia el aeropuerto de Dublín, intento procesar todo lo que he visto: No está nada mal para una ciudad que no llega a los 300.000 habitantes -recordemos: Irlanda del Norte no llega a los dos millones-. Podría hacer comparaciones maliciosas, pero prefiero aprender del espíritu positivo de esta gente trabajadora y afable, orgullosa de sus raíces y que ha aprendido de su turbulento pasado para mirar adelante sin olvidar de dónde viene. Con la música siempre en el corazón.

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