Dentro de las sesiones vermú organizadas por el local Satélite T, y que van camino, si no lo son ya, de erigirse como tradición musical en la ciudad de Bilbao, le tocaba el turno a la banda proveniente de Aranjuez Rufus T. Firefly. Llegaban a la capital vizcaína tras haber fogueado sobre los escenarios su hasta ahora último disco “Nueve” (precedido en su publicación por el EP formado a base de rarezas “Grunge”), del que todo indica habrá sucesor este año recién empezado.
La propuesta musical de este quinteto se alimenta de diferentes ingredientes, pero su principal carta de presentación se sustenta en saber afianzar la electricidad e intensidad del (post) rock bajo unos toques justos de electrónica que doten al conjunto de una representación más densa, envolvente y emocional. Y en esa labor, en la que en vivo alientan su aspecto más airado, se pusieron desde el primer momento. Inicialmente echaron la vista hacia el pasado reciente con la espacial y onírica “Ours is the Fury”; bajo las melodías pop de “Incendiosuicida” o la más sugerente, pero sazonada con unas seis cuerdas robustas, “El día de la bicicleta”. Los enrevesados teclados de “Subir a por aire”, a los que se incorporó también Víctor Cabezuelo, lograron poner casi en estado de trance al público.
Podríamos hablar hasta ese momento de una primera parte de la actuación, que con el salto definitivo hacia su nuevo álbum de la mano de la genial “Metrópolis”, con su descripción de la angustia urbanita a medio camino entre Radiohead y los nombrados en dicho tema Standstill, serviría de nexo de unión con una segunda más enérgica. Las vibrantes bases rítmicas sonaron como tambores de guerra en “El increíble hombre menguante” que terminaba por explotar a base de una fuerza adoptada de bandas como Explosions in the Sky. La potente batería introductoria de “Pompeya” pronto encontraría cobijo en unas guitarras y ritmos potentes, como si de Lagartija Nick se tratara. Así, la melódica épica de “Nueve” nos arrastraba hasta un final que llegaba definitivamente con la pegadiza “El problemático Winston Smith”.
La gran baza con la que cuenta Rufus T. Firefly, y que en una hora escenificó en la sala bilbaína, es que nadie puede dudar de que su música les nace de las entrañas, y sus miedos, dramas, esperanzas, perfectamente elaboradas bajo unas letras de mérito y una pericia instrumental digna de alabar, toman una forma musical que cuaja sensaciones y emociones bajo atmósferas que atrapan irremediablemente al oyente, dejando de importar si éste es más o menos cercano a las influencias y modos concretos de la banda.
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