Ni con el lleno de Marah de hace unas semanas, había un lleno tan absoluto en Joy Eslava, caber, cabría un alfiler, pero no un fotógrafo dispuesto a espiar. Entre codazos y chascarrillos más propios de otras parroquias que de la de Elefant, no se oía otra cosa que no fueran encendidas críticas a la gala pre-Eurovisión o anécdotas relacionadas con Guille Milkyway, todo el mundo tenía una, todo el mundo opina sobre su trabajo en Nestlé, y todo el mundo protestaba por los minutillos que tardó en empezar la fiesta. Oscuridad, ovación y espectáculo cibernético. Los replicantes de La Casa Azul y las proyecciones actúan como una mezcla entre lo que dan sobre un escenario Kraftwerk y Arling & Cameron, de casta le viene al galgo. Guille sale tímido, como siempre, parapetado detrás de la guitarra. Ataca “La Revolución Sexual”, se la quiere quitar de encima lo antes posible, pero el sonido falla y Guille está sólo ante el peligro y se evidencia el problema de la noche, se estaba quedando sin voz. Al gentío efervescente no le importa. Guille se deshace en disculpas. Llenar la sala un lunes no es fácil, pero sobre todo, dice, esto va a ser un karaoke más explícito que nunca, pero al público, sudoroso desde el principio, no le importa, un concierto de La Casa Azul es una fiesta, y van a tenerla, con Guille o sin él. Sobre todas las cosas, triunfó el voluntarismo. Podía haber sido mejor, pero no pudo haber habido más amor hacia el que se peleaba consigo mismo en el escenario.
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